Columna

La biología

Del recién nacido, sea mendigo o príncipe, sólo se predica su estatura y su peso. A veces informamos también de cómo se llamará, pues todavía no se llama. Hay mujeres que incluso con el cuerpo del niño entre sus brazos dudan aún entre Federico, Luis o Jenofonte. La estatura y el peso son, pues, las únicas referencias auténticas con las que venimos a este mundo y las que comunicamos a los parientes y amigos. Ha pesado tres kilos y ha medido 50 centímetros. Curiosamente, son los datos que se omiten cuando alguien muere. No se dice: pesaba en el momento de fallecer 70 kilos y medía 1,60. Se dice,...

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Del recién nacido, sea mendigo o príncipe, sólo se predica su estatura y su peso. A veces informamos también de cómo se llamará, pues todavía no se llama. Hay mujeres que incluso con el cuerpo del niño entre sus brazos dudan aún entre Federico, Luis o Jenofonte. La estatura y el peso son, pues, las únicas referencias auténticas con las que venimos a este mundo y las que comunicamos a los parientes y amigos. Ha pesado tres kilos y ha medido 50 centímetros. Curiosamente, son los datos que se omiten cuando alguien muere. No se dice: pesaba en el momento de fallecer 70 kilos y medía 1,60. Se dice, como en una necrológica que tengo delante, que Fulano fue físico nuclear y filósofo, que participó en los programas de la Alemania nazi para conseguir la bomba atómica, aunque más tarde derivaría hacia un pacifismo radical.

No deja de ser curiosa esta evolución desde lo meramente material hacia la novela. La expresión "biografía novelada" es redundante, puesto que toda vida está condenada a convertirse en una historia. La existencia más gris deviene, en boca de sus deudos, en un relato, por lo general muy bien articulado, que se ajusta a los patrones narrativos vigentes desde que el mundo es mundo. Ahí está el cuento del chico que entró de botones en un banco que llegaría a presidir; el del que comenzó vendiendo periódicos y llegó a dirigir un grupo de comunicación; el del soldado raso que alcanzó el generalato. Pero también el del que dilapidó una fortuna económica o moral y murió en la miseria; el del que habiendo dormido entre sábanas de lino eligió vivir entre los pobres. Y, por supuesto, el que se arrepintió de inventar la bomba atómica.

Si siguiéramos las necrológicas del periódico con atención, en unos meses podríamos establecer, a la manera de Vladimir Propp, una morfología existencial con no más de 15 o 20 arquetipos estables a los que se ajustan todas las biografías. Venimos al mundo a hacer una novela (algunos temperamentos locos, además, la escribimos). Todo ello a partir del peso y la estatura. Pero para novela (y de terror), el embarazo, la formación de los ojos, de la lengua, de los párpados, la aparición de los dientes... La biología, en fin.

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