Tribuna:

Derecha e izquierda. Relecturas francesas

Si algo queda claro después del 22 de abril, es que los franceses siguen creyendo que la política afecta a sus vidas, que afecta a su futuro. Han entendido que las cosas pueden cambiar notablemente en los próximos años, y que ese cambio puede modularse de manera muy distinta si el que dirige los destinos del país es el chulesco Sarkozy o la maternal Royal. Parece, asimismo, que la encrucijada política sigue situándose entre el clásico dilema derecha-izquierda, pero con los matices que incorpora este agitado inicio de siglo. Y sin duda estas elecciones confirman la personalización...

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Si algo queda claro después del 22 de abril, es que los franceses siguen creyendo que la política afecta a sus vidas, que afecta a su futuro. Han entendido que las cosas pueden cambiar notablemente en los próximos años, y que ese cambio puede modularse de manera muy distinta si el que dirige los destinos del país es el chulesco Sarkozy o la maternal Royal. Parece, asimismo, que la encrucijada política sigue situándose entre el clásico dilema derecha-izquierda, pero con los matices que incorpora este agitado inicio de siglo. Y sin duda estas elecciones confirman la personalización de la vida política francesa, centrada en los dos grandes candidatos presidenciales que, a su manera, encarnan dos tradiciones y dos formas de entender el papel de los poderes públicos en la interacción económica y social. El largo y discutido proceso que ha conducido a la designación de ambos candidatos, muestran el carácter políticamente estructurante que las presidenciales francesas han ido adquiriendo, agravado si cabe esta vez por la proximidad de las legislativas del próximo junio. La forma como ambos candidatos se han movido (Sarkozy situándose en un espacio que le permitía acorralar a Le Pen, Royal tratando de zafarse de la ortodoxia y del control de la maquinaria del partido socialista), señalan asimismo que nuevos tiempos políticos se están abriendo en Francia. Esto se refuerza si cabe por el magnífico resultado de los centristas de Bayrou, que obliga a ambos líderes a moverse fuera de sus espacios naturales.

Segolène Royal ha anunciado que hoy jueves, en el mitin que tiene previsto celebrar en Lyón, la acompañará Romano Prodi. No es para nada casual esta presencia. Conviene recordar que en Italia se está ultimando la formación del llamado Partido Demócrata, resultado de la fusión de los ex comunistas de Democratici di Sinistra encabezados por Fassino y los que forman la Margherita, liderados por Rutelli. En su manifiesto fundacional, y después de manifestar su "amor por Italia", afirman que quieren "derribar definitivamente los muros ideológicos del novecento y empezar a construir puentes, entre culturas políticas y sectores de la sociedad italiana, entre los géneros y las generaciones". La presencia del líder de El Olivo y presidente del Consejo de Ministros italiano, es todo un guiño a Bayrou, cuyo partido forma parte del mismo grupo parlamentario europeo de la "Margherita", y cuando el objetivo clave de la nueva formación política italiana es constituir una gran fuerza de centro-izquierda, emparentada con otras formaciones del continente. Para tratar de recuperar así el proyecto de construcción europea desde la renovación de la vieja socialdemocracia, con mucho más énfasis en los elementos de valores, vida cotidiana y radicalidad democrática, pero plenamente integrados en la hegemonía del capitalismo globalizado. Royal puede ser la franquicia francesa de ese movimiento de fondo, que puede aspirar a tener en el zapaterismo y el posblairismo sus aliados naturales.

El problema para Royal y para esa renovación de la izquierda socialdemócrata en Europa es que Sarkozy, Berlusconi y Rajoy no parecen estar por la labor de renovar a su vez la derecha europea. Sarkozy va a convertir esa segunda vuelta en un referéndum sobre su persona y su capacidad para transformar un país lleno de miedos, como afirmaba Josep Ramoneda en estas mismas páginas. Charles Grant calificaba a Sarkozy de "el nuevo Napoleón", hace unos días en The Guardian, una mezcla de populismo, hiperactivismo y autoritarismo. Y lo cierto es que su énfasis en el trabajo como única vía de superar los problemas de Francia, sus ataques a las políticas de bienestar tradicionales, su rechazo frontal a la entrada de Turquía en la Unión Europea y su diáfana agresividad ante la presencia de inmigrantes irregulares en Francia o su oposición a las reunificaciones familiares, le han ido caracterizando como alguien capaz de situar a Francia fuera de sus bien asentadas posiciones políticas. Desde mi punto de vista, lo más peligroso de Sarkozy es que rodea toda su parafernalia neocon y su admiración por el modelo norteamericano de promoción individualista, con continuas afirmaciones de compasión por los que no puedan seguir, por los que sufren, por los que no tienen posibilidades. Una vez más tenemos delante el discurso de la derecha más agresiva, que pretende despolitizar la desigualdad, convirtiendo los problemas de exclusión social en errores individuales, en falta de esfuerzo y de responsabilidad, en la excesiva condescendencia de las ayudas públicas. Los grandes enemigos de Sarkozy, de Berlusconi, de Rajoy son el igualitarismo, la obsesión por la nivelación social. Aquello que provoca "que muchos gocen de derechos que no se merecen". Cuando Sarkozy habla de "limpiar" la "canalla" que puebla según él los suburbios de las grandes ciudades francesas, lo que dice querer es dejar el terreno expedito para que, los que quieren trabajar, progresar y obtener recompensa de su esfuerzo, lo puedan lograr sin impedimentos, trabas y estorbos. En esa concepción, la gente que no siga el ritmo marcado expresa de hecho toda suerte de patologías individuales y sociales, no problemas sociales. Ante ello sólo cabría la caridad, la compasión. O bien la autoridad revestida de seguridad. Para la derecha del sur de Europa, pobreza, inmigración y criminalidad se mezclan con facilidad creciente.

Si todo ello es así como lo entiendo, no acabo de ver muy bien cuál será la posición de esa nueva izquierda revestida de "partido demócrata". Tengo la impresión que desde sus ambiguas bases, puede ser más fácil dejarse arrastrar por ese juego demagógico y populista de la seguridad, del esfuerzo y del trabajo, que buscar modelos alternativos en los que situar nuevas formas de desarrollo, recuperando la dignidad de las personas sin recurrir a la compasión, buscando formas de entender la ciudadanía que incluyan y que no excluyan. Sarkozy puede ser derrotado si se percibe que es posible renovar el mensaje de la izquierda sin caer en las trampas de la derecha, ofreciendo perspectivas vitales dignas para aquellos que ven negada diariamente su condición de franceses. Lo peor sería que Royal sólo pueda disputar el liderazgo a Sarkozy desde los temores que despierta el nuevo líder de la derecha.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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