Cartas al director

¡Que viene Wolfowitz!

La forma en la que Paul Wolfowitz ha llevado su carrera administrativa desde su comienzo no podía más que seguir de la forma en la que lo ha hecho. En efecto, que este hombre ha estado implicado en más de un abuso de poder y en más de una irregularidad está bien documentado. Durante la guerra de Irak estuvo estrechamente relacionado con la concesión de contratos del ejército a favor de la empresa dirigida por el vicepresidente Dick Cheney, Halliburton; a lo largo de la primera guerra del Golfo también sirvió para la Administración de Bush padre y durante los últimos años ha tenido una estrecha...

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La forma en la que Paul Wolfowitz ha llevado su carrera administrativa desde su comienzo no podía más que seguir de la forma en la que lo ha hecho. En efecto, que este hombre ha estado implicado en más de un abuso de poder y en más de una irregularidad está bien documentado. Durante la guerra de Irak estuvo estrechamente relacionado con la concesión de contratos del ejército a favor de la empresa dirigida por el vicepresidente Dick Cheney, Halliburton; a lo largo de la primera guerra del Golfo también sirvió para la Administración de Bush padre y durante los últimos años ha tenido una estrecha relación con otro de los consejeros de Bush & Co: Lewis Scooter Libby, al que acaban de condenar recientemente por perjurio y obstrucción a la justicia, ni más ni menos, oigan. Ahora resulta que el caradura ha decidido de forma unilateral aumentarle el sueldo a su colaboradora-amante por encima incluso de lo que gana Condoleezza Rice, y cuando se descubre lo que ha hecho, ¡ni tan siquiera tiene la decencia de dimitir!

Si bien todos sabemos que la corrupción que corroe las entrañas de la actual Administración estadounidense es más que palpable, lo que resulta inaceptable es que también se les permita exportarla a una institución internacional creada para financiar a aquellos países que más lo necesitan.

Si el Banco Mundial y el FMI han perdido tanta legitimidad a lo largo de los últimos años, no cabe duda de que ha sido por mérito propio. Sin embargo, meter un lobo dentro del redil y permitir que se quede después de haberse zampado un par de ovejas es hacerle un flaco favor a unas instituciones que ya de por sí tienen que hacer frente a una tarea hercúlea en materia de relaciones públicas.

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