Crítica:

La luz de la oscuridad

Nacido en Buenos Aires en 1956 y afincado en París desde 1983, Fernando Xavier González representa para mí un prototipo de artista sorprendente. Evidentemente, no lo es en absoluto por lo que taxonómicamente se le podría definir como "pintor figurativo", aunque, desde luego, esta clasificación le incluya, de entrada, entre los "inactuales", algunos de los cuales -muy pocos- alcanzan la rara excelencia de la intempestividad.

Yo creo que Fernando X. González es uno de ellos, pero no sólo por la calidad de su selectiva mirada -lo que ha elegido mirar y representar-, ni tampoco por su extra...

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Nacido en Buenos Aires en 1956 y afincado en París desde 1983, Fernando Xavier González representa para mí un prototipo de artista sorprendente. Evidentemente, no lo es en absoluto por lo que taxonómicamente se le podría definir como "pintor figurativo", aunque, desde luego, esta clasificación le incluya, de entrada, entre los "inactuales", algunos de los cuales -muy pocos- alcanzan la rara excelencia de la intempestividad.

Yo creo que Fernando X. González es uno de ellos, pero no sólo por la calidad de su selectiva mirada -lo que ha elegido mirar y representar-, ni tampoco por su extraordinario refinamiento pictórico, que sintetiza muchos de los mejores aciertos de los maestros antiguos y contemporáneos, sino por su peculiar interpretación de la luz y los espacios que hurga a través de ella.

FERNANDO XAVIER GONZÁLEZ

'Entornos'

Galería Estampa

Justiniano, 6. Madrid

Hasta el 4 de abril

Ahora que se habla tanto de "hibridación", Fernando X. González es un raro híbrido entre artes y perspectivas muy diversas, pero, sobre todo, atraviesa lo real oreando su lado más misterioso y sombrío. A partir de lo que he alcanzado a ver de su trayectoria, recuerdo, en primer término, sus inquietantes efigies de indios amazónicos y su no menos extraña colección de cabezas tomadas en sus posiciones sucesivas de giro: frontales, de perfil o de tres cuartos de perfil; luego, sus troceamientos fetichistas del cuerpo femenino, y, en fin, ahora mismo, sus habitaciones vacantes y sus perspectivas de techumbres urbanas.

Cualquiera de estos te

mas, se adivina, están cargados de enjundia simbólica, aunque lo relevante es el tratamiento luminoso con que los aborda, muy de un pathos tenebrosamente melancólico, como quien se distancia de la realidad hasta convertirla, en algo, en efecto, distinto e inalcanzable, pero que emocionalmente nos golpea por su tangibilidad física, mortal. Así, este "convencional" nada convencional nos da una lección del permanente recomienzo del arte.

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