Cartas al director

'Guernica' y Atocha

Apenas cincuenta metros les separaban; bastó con cruzar la calle. Cincuenta metros son siempre pocos para separar metáfora y lúgubre realidad. A las 7.49, la abstracción cobró vida. Guernica se despertó sobresaltado. Desde su pared, observó cómo el lienzo donde habitaba se convertía en espejo. Al cabo de unos instantes, el estruendo de las bombas hizo añicos el cristal y reveló una fina capa de material fotosensible, en la que la tragedia quedó plasmada para siempre. Una vez más, España era un cuadro en blanco y negro en el que el dolor y la sinrazón decidieron fijar la mirada. Se cansa...

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Apenas cincuenta metros les separaban; bastó con cruzar la calle. Cincuenta metros son siempre pocos para separar metáfora y lúgubre realidad. A las 7.49, la abstracción cobró vida. Guernica se despertó sobresaltado. Desde su pared, observó cómo el lienzo donde habitaba se convertía en espejo. Al cabo de unos instantes, el estruendo de las bombas hizo añicos el cristal y reveló una fina capa de material fotosensible, en la que la tragedia quedó plasmada para siempre. Una vez más, España era un cuadro en blanco y negro en el que el dolor y la sinrazón decidieron fijar la mirada. Se cansaron de la prisión en la que Picasso les había confinado a golpe de pincel. Furiosos, iracundos, con el alma herida por la inocencia de una sociedad empeñada en condenarles al olvido, la siniestra pareja tomó el cercanías y su venganza se consumó. Lo suyo fue un golpe bajo: atacaron el corazón de la gente humilde, y así nos hirieron a todos. Podían haber ido más lejos, pero en realidad no hacía falta. Apenas cincuenta metros fueron suficientes. Aquel fatídico 11 de marzo, Atocha se convirtió en Guernica, Guernica se convirtió en Atocha y todos nosotros volvimos a ser personajes de un cuadro en blanco y negro.

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