Columna

Vendedores de palabras

Hay un cuento de Julio Cortázar que habla de un hombre que vendía gritos y palabras. Las cosas le iban bien, aunque había demasiada gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender gritos, suspiros y un montón de palabras, que luego eran utilizadas como consignas, eslóganes o falsas ocurrencias. Un día decidió presentarse ante el jefe de su país para hacerle una oferta irresistible: le vendo sus últimas palabras. Son muy importantes, le dijo, ya que con ellas se asegurará de que le va a salir bien su discurso en el momento en que las nec...

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Hay un cuento de Julio Cortázar que habla de un hombre que vendía gritos y palabras. Las cosas le iban bien, aunque había demasiada gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender gritos, suspiros y un montón de palabras, que luego eran utilizadas como consignas, eslóganes o falsas ocurrencias. Un día decidió presentarse ante el jefe de su país para hacerle una oferta irresistible: le vendo sus últimas palabras. Son muy importantes, le dijo, ya que con ellas se asegurará de que le va a salir bien su discurso en el momento en que las necesite. Serán justo las palabras que le convendrá decir en el duro trance de despedirse, le espetó.

Las elecciones municipales han cruzado ya la vuelta de la esquina y el comercio de las palabras está en auge. Los partidos preparan sus programas electorales y con ellos sus consignas, eslóganes y un rosario de ocurrencias. La ocurrencia, en concreto, suele ser una idea inesperada y repentina, incluso ingeniosa y original. Pero a veces tan obvia, que la propuesta corre el riesgo de terminar siendo un chiste. Antes, los dirigentes políticos querían ideas, ahora las disfrazan con un montón de palabras. Por ello, las elecciones parecen un supermercado de la charlatanería cuyos estantes están cargados de frases palindrómicas, ésas que pueden ser leídas lo mismo de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Así salen luego los programas, elaborados tanto por los votantes de izquierda como los de derecha. Programas repletos de ideas capicúas, de palabras que no dicen nada, de líneas que recogen propuestas inútiles, y de malabarismos léxicos que expresan lo contrario de lo que se terminará haciendo. Para entendernos, con una exasperante falta de imaginación.

De ahí que la realidad, al final, termine siendo frustrante. No es verdad que otras ideas no sean posibles. No hay porqué asumir que las ciudades tienen que crecer con un urbanismo ramplón y tendente al infinito, que no hay solución para los atascos, que los pisos protegidos en los planes generales son los que no tienen protección, que las medianas de las carreteras computen como zonas verdes, que las obras emblemáticas se hagan en el centro de las ciudades, que para aparcar haya que pagar, o para que las calles estén limpias se tenga que privatizar el servicio de limpieza. En definitiva, por qué para habitar una ciudad tenemos que comprarle todos los días un grito, para luego ponerlo en el cielo.

Los vendedores de palabras llevan toda la legislatura liquidando gritos y suspiros, pero despachando pocas palabras que sean nuevas. Incluso, sin una idea que sea relevante detrás de esas pocas palabras. Están siendo cuatro años de mucho ruido en los ayuntamientos, pero de pocas nueces; de alcaldes que han adquirido las palabras en tiendas de todo a cien y que han llenado sus ciudades de ideas de saldo, plagiando lo peor del municipio vecino. Como aquel vendedor de Cortázar, los nuevos vendedores ya han dado a conocer el listado de palabras que, por su alta demanda, tendrán descuentos para rellenar los próximos programas electorales. VPO, seguridad, limpieza, empleo e impuestos, lideran el ranking de esta curiosa oferta. Al comprar cualquiera de ellas, se llevará otra palabra de regalo. Se podrá elegir entre: sostenibilidad, medioambiente, policías; transversalidad e integración, por citar algunos ejemplos.

Antes de que finalice mayo, los aspirantes a alcaldes irán a la tienda para adquirir sus últimas palabras. Para unos pocos, serán las necesarias para garantizarse una buena despedida. Esa frase con la sueñan pasar a la historia. Lamentablemente para otros, las últimas palabras que compren serán las que les pedirá un juez antes de dictar sentencia. Para la mayoría, sin embargo, las últimas palabras serán las de siempre. El año pasado a alguien se le ocurrió en Internet elegir las palabras más bonitas del castellano. Amor, paz, vida, libertad, esperanza, amistad, azahar y libélula, fueron las más votadas. No estaría mal que los aspirantes a alcaldes construyeran las ciudades con algunas de estas palabras.

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