Cartas al director

Publicidad inaceptable

Repugnante. Ése es el calificativo que mejor define la campaña publicitaria de una tarjeta bancaria cuyo uso supone que un porcentaje del gasto pagado con ella se destine a la financiación de la ONG que el consumidor elija. "Después de ver a aquellos niños desnutridos..., me compré unos zapatos de 200 euros"; "tras ver las imágenes del terremoto, me sentí tan conmovida que... me compré un MP3..."; más o menos ésas son dos de las cuñas publicitarias que he oído en la radio. Como miembro de una modesta ONG, me siento hundido moralmente. ¿Qué clase de monstruo estamos creando? ¿Quién puede espera...

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Repugnante. Ése es el calificativo que mejor define la campaña publicitaria de una tarjeta bancaria cuyo uso supone que un porcentaje del gasto pagado con ella se destine a la financiación de la ONG que el consumidor elija. "Después de ver a aquellos niños desnutridos..., me compré unos zapatos de 200 euros"; "tras ver las imágenes del terremoto, me sentí tan conmovida que... me compré un MP3..."; más o menos ésas son dos de las cuñas publicitarias que he oído en la radio. Como miembro de una modesta ONG, me siento hundido moralmente. ¿Qué clase de monstruo estamos creando? ¿Quién puede esperar que la primera reacción de un adolescente, inmediatamente después de conmoverse con la muerte de los niños desnutridos africanos, sea la de ir a gastarse en unos zapatos una suma que supera el salario medio anual de la mayoría de los trabajadores del Tercer Mundo?

Entendiendo que el papel de las organizaciones no gubernamentales no es sólo asistencial, sino que es también, y quizá esencialmente, de denuncia de las gravísimas desigualdades existentes en el mundo entre unos países y otros -desigualdades que quizá sólo se podrán resolver con una nueva concepción de las bases de la economía y del desarrollo-, sus integrantes no podemos aceptar este tipo de publicidad. Porque sólo invita a consumir más, fomentando así la pervivencia de las injusticias, pero a la vez pretendiendo dejar a los destinatarios del mensaje publicitario contentos con su conciencia y orgullosos de su comportamiento. A lo peor, esos zapatos de 200 euros los fabrica una multinacional que explota el trabajo infantil.

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