Cartas al director

El juicio del 11-M

Ya me estoy temiendo la vorágine de furgonetas, mochilas, mondragones, bóricos y desvaríos varios que se nos viene encima con el juicio sobre los atentados del 11 de marzo de 2004. No quiero expresar lo tantas veces -y por voces mucho más cualificadas que la mía- dicho sobre el cúmulo de disparates que hemos tenido que aguantar durante casi tres años. Pero no me resisto a formular una sencilla pregunta, por si alguno de los defensores y exégetas de la conspiración de conspiraciones tuviese a bien respondérmela y así aclararme las ideas.

Supongamos, haciendo un esfuerzo extremo, que toda...

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Ya me estoy temiendo la vorágine de furgonetas, mochilas, mondragones, bóricos y desvaríos varios que se nos viene encima con el juicio sobre los atentados del 11 de marzo de 2004. No quiero expresar lo tantas veces -y por voces mucho más cualificadas que la mía- dicho sobre el cúmulo de disparates que hemos tenido que aguantar durante casi tres años. Pero no me resisto a formular una sencilla pregunta, por si alguno de los defensores y exégetas de la conspiración de conspiraciones tuviese a bien respondérmela y así aclararme las ideas.

Supongamos, haciendo un esfuerzo extremo, que todas sus hipótesis fuesen ciertas. ¿Y bien? Quiero decir, ¿por qué un atentado tan brutal y sanguinario como el del 11 de marzo iba a cambiar el sentido del voto? Yo no cambié mi voto el 11 de marzo. Lo hice el 14 de marzo, después de escuchar la última intervención del señor Acebes -a la sazón ministro del Interior- ese día. Y no fue porque me había llamado miserable, como a muchos millones de conciudadanos. Uno que vivió su juventud en plena dictadura estaba (y está) ya acostumbrado a oírlas y verlas de todos los colores. Puedo soportar que me llamen miserable pero no que me tomen por tonto.

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