Columna

Pesadillas antes de Carnaval

Primero lo anunciaron los profetas, disfrazados de ecologistas, hippies reciclados, barbudos y melenudos aguafiestas que, hastiados de salvar cetáceos y mamíferos, se empeñaron en salvar el planeta, pese a la rotunda oposición de la mayoría de sus habitantes engolfados, con sus gases y sus derroches. Pronto se apuntaron a la salmodia, con sus cifras, datos, cálculos y previsiones, los científicos, que abandonaron sus laboratorios para ir a predicar la mala nueva del recalentamiento global, pero tampoco había que hacerles mucho caso: estaban enrabietados y buscaban un protagonismo que la...

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Primero lo anunciaron los profetas, disfrazados de ecologistas, hippies reciclados, barbudos y melenudos aguafiestas que, hastiados de salvar cetáceos y mamíferos, se empeñaron en salvar el planeta, pese a la rotunda oposición de la mayoría de sus habitantes engolfados, con sus gases y sus derroches. Pronto se apuntaron a la salmodia, con sus cifras, datos, cálculos y previsiones, los científicos, que abandonaron sus laboratorios para ir a predicar la mala nueva del recalentamiento global, pero tampoco había que hacerles mucho caso: estaban enrabietados y buscaban un protagonismo que la sociedad les había retirado para rendir culto a ídolos mediáticos y símbolos del ocio y del despilfarro.

Confiaban los liquidadores de la vida que sus crapulosos beneficios les salvarían

Sonaban a risa, carcajada siniestra, los timidísimos intentos de los políticos para apuntarse al carro ecologista y preservacionista, subir los impuestos a los vehículos más contaminantes y penalizar a los derrochadores de una energía que los grandes complejos industriales despilfarraban a manos llenas en busca de gran lucro a corto plazo. Confiaban los liquidadores de la vida sobre el planeta que sus crapulosos beneficios les servirían para ponerse a salvo si se cumplían las negras previsiones de aquellos jeremías de largas barbas o bata blanca. "Para largo lo fiáis" era la consigna más escuchada entre los parásitos humanos que devoraban las entrañas, la corteza y el aire que respiraba el planeta enfermo. El personal seguía pasándolo en grande, el mundo era un perpetuo y suicida carnaval y los celebrantes empezaban a acudir a los bailes de disfraces con máscaras antigás.

En Madrid, la transición de la normal anormalidad a la anormalidad absoluta se produjo bruscamente y se anticipó a las más negras previsiones. El detonante fue el impropiamente llamado "tsunami del Manzanares" acaecido durante los carnavales de 2... (pongan fecha ustedes mismos). Ni fue un tsunami, aunque dejó catastróficas secuelas, ni sucedió exactamente en el Manzanares sino en el conglomerado de túneles, canales, galerías y autopistas que horadaban sus entornos y se extendían por muchos kilómetros, bajo los árboles y sotos de la Casa de Campo y los bosques supervivientes de El Pardo.

Llovió aquel año sobre Madrid durante 40 días y 40 noches después de meses de inmisericorde sequía, y las consecuencias del cambio climático y del efecto invernadero se convirtieron en el segundo, o tercer tema de conversación en los foros de las tabernas y los micrófonos tras los últimos eventos deportivos; un tema que en aquellos años del futuro inmediato había quedado relegado a las páginas basura de los diarios y a los últimos vertederos informativos de la radio y la televisión. Los 20 primeros días de diluvio fueron incluso divertidos, llenos de anécdotas desternillantes como la del baño -y no precisamente de masas- que se dio el alcalde cuando inauguraba un túnel de la M-666 y se rompió una flamante conducción de agua.

El "tsunami del Manzanares" fue consecuencia de un modesto movimiento sísmico, apenas dos grados en la escala Richter, que se produjo cuando el temporal de agua daba sus últimas boqueadas sobre Madrid. "No he mandado a mis hombres a luchar contra los elementos", redijo el señor alcalde, apenas recuperado del remojón, cuando le informaron de que la infeliz conjunción entre el diluvio y el seísmo con las obras innúmeras de su demarcación había producido derrumbamientos y corrimientos múltiples en la tupida red viaria y subterránea que con tanto mimo habían creado y criado él y sus antecesores en el subsuelo de una ciudad en cuyo lema campea: "Fui edificada sobre agua". Desde ese entonces venidero será Madrid una ciudad lacustre y tal vez mamuts y dinosaurios vuelvan a merodear en las orillas del Gran Lago Manzanares.

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Despierto de mi premonitoria pesadilla, creo que la cama se ha movido... conecto la radio, sólo ha sido un pequeño seísmo sin importancia...

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