Crítica:

Una celda al aire libre

Con la tarántula colectiva y carpetovetónica que cerraba Vivan los novios (1970) o las dos filas en dirección al patíbulo que ponían punto y final a El verdugo (1963), Luis García Berlanga aportó sendas lecciones magistrales acerca del poder de la comedia airada para sintetizar, en una sola imagen, el preciso diagnóstico de una coyuntura enferma. En Offside, el iraní Jafar Panahi se sirve de una metáfora de pareja economía para reducir al absurdo las paradojas de una sociedad que asfixia y amordaza lo que, en teoría, intenta proteger: la celda improvisada al aire libre a l...

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Con la tarántula colectiva y carpetovetónica que cerraba Vivan los novios (1970) o las dos filas en dirección al patíbulo que ponían punto y final a El verdugo (1963), Luis García Berlanga aportó sendas lecciones magistrales acerca del poder de la comedia airada para sintetizar, en una sola imagen, el preciso diagnóstico de una coyuntura enferma. En Offside, el iraní Jafar Panahi se sirve de una metáfora de pareja economía para reducir al absurdo las paradojas de una sociedad que asfixia y amordaza lo que, en teoría, intenta proteger: la celda improvisada al aire libre a la que van a parar las mujeres que, con atavío masculino, intentan colarse en el estadio de Teherán para asistir al derby Irán-Bahrein.

OFFSIDE

Dirección: Jafar Panahi. Intérpretes: Sima Mobarak-Shahi, Shayesteh Irani, Ayda Sadeqi. Género: comedia. Irán, 2006. Duración: 88 minutos.

Bulliciosa, vitalista, mediterránea e inconscientemente berlanguiana, Offside podría emparentarse asimismo con la comedia italiana de posguerra en su capacidad de combatir la sordidez institucionalizada mediante el poder, siempre libertario y desestabilizador, de una carcajada coral, orquestada con la secreta precisión de una coreografía caótica. Si bien la festiva tonalidad de Offside marca las distancias con respecto a anteriores trabajos de Panahi, el cineasta sigue aquí explorando la figura de la mujer iraní en tanto que motor de cambio y sujeto de insumisión. Y, también, como tsunami imparable, capaz de cuestionar un orden masculino con el sentido común erosionado por la ley arbitraria y el prejuicio religioso.

Rodada con nervio documental y propulsada por la facunda energía de un reparto de intérpretes no profesionales (en el que brillan, como no podía ser de otra manera, unas presencias femeninas que parecen tomar la voz con la vehemencia del cautivo recién liberado), Offside deja una pregunta en el aire acerca de su verdad: queda la duda de si Panahi ha suavizado un tanto la realidad social de su país (en la película, por ejemplo, no se alude al castigo físico) para poder burlar esa censura que tantas objeciones ha puesto a su labor.

Con todo, Offside, sin trivializar el problema que le sirve de fundamento, da una contundente lección al espectador occidental, casi siempre incapaz de debatir sobre la claustrofobia de género en las culturas islámicas sin recurrir a la gravedad. En el off del plano de la sociedad iraní, Panahi revela un indomesticable imperativo de supervivencia y, bajo su condición de cronista comprometido, se descubre como un insospechado maestro de la comedia.

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