Columna

'Hooligans'

A nadie, a nadie parece importarle nada, ni a los que se apresuran a echarse a la calle o a sus foros pidiendo que se entregue la cabeza del culpable ni a los que proclaman que se cierren filas en torno al presidente. Como si el pueblo soberano tuviera que colocarse desde el segundo siguiente al estallido de la bomba a uno o a otro lado de la calle, sin mezclarse ni mancharse con los de enfrente. A nadie le importa que el ruido de la discordia se haga insoportable, menos a los políticos que han alentado esta España, que no sabe uno en qué momento comenzó a ser como está, este país del que te d...

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A nadie, a nadie parece importarle nada, ni a los que se apresuran a echarse a la calle o a sus foros pidiendo que se entregue la cabeza del culpable ni a los que proclaman que se cierren filas en torno al presidente. Como si el pueblo soberano tuviera que colocarse desde el segundo siguiente al estallido de la bomba a uno o a otro lado de la calle, sin mezclarse ni mancharse con los de enfrente. A nadie le importa que el ruido de la discordia se haga insoportable, menos a los políticos que han alentado esta España, que no sabe uno en qué momento comenzó a ser como está, este país del que te desenganchas un tiempo para encontrártelo más enfurecido al cabo de los meses. A nadie, ni a los creadores de opinión, que se olvidaron ya hace tiempo del respeto al adversario y andan trabajando día a día y tertulia a tertulia por construir el andamiaje de la hasta hace poco dormida o tal vez latente penosa realidad de las dos Españas. A nadie parece importarle que el ciudadano sensato se quede sin representación, dejado de lado, desalentado, sin alguien que dé forma verbal a su desconcierto, porque de lo que aquí se trata es de alentar el juicio inmediato, el apoyo a los míos y el desprecio al resto. A nadie parece remorderle la conciencia, nadie parece tenerla, para entender que la furia del votante hooligan sólo dará rendimiento a corto plazo. Y son esos hooligans que parecen dispuestos a morder los que usted y yo vemos, leemos y escuchamos a diario, con un ligero escalofrío, son esos hooligans cuyas opiniones son refrendadas por la parte rabiosa del pueblo. Nadie, nadie parece alertarse porque el monstruo de la beligerancia engorde. Pero quien tiene un trabajo público (el que sea, escritor, actor, opinador o político) debería aprender rápido que el admirador más peligroso es el hooligan, el groupie, el que te impide desarrollar un mínimo de autocrítica y flexibilidad, el que, ya lo veremos, alejará al votante mesurado de todo aquello que huela a partido político. Ese votante se ha quedado asustado de la asquerosa rapidez con que los exabruptos han borrado el duelo de dos familias que todavía andan llorando entre ruinas.

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