Análisis:Puro teatro | TEATRO

Bienvenidos al desierto de lo real

Boris Rotenstein colocó a La cantante calva frente a un espejo perverso en el Grec 95. En la primera parte veíamos una representación "arqueológica", casi una sit-com de los cincuenta emitida desde un Universo Paralelo.Tras la segunda, en clave naturalista, comprobábamos que aquel extraño mundo era el nuestro, y se nos quedaba la cara como a Charlton Heston al final de El planeta de los simios. Joan Ollé y Lluïsa Cunillé han utilizado una fórmula similar para su formidable programa doble en el Lliure, pero disgregando los átomos originales para centuplicar su potencia expl...

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Boris Rotenstein colocó a La cantante calva frente a un espejo perverso en el Grec 95. En la primera parte veíamos una representación "arqueológica", casi una sit-com de los cincuenta emitida desde un Universo Paralelo.Tras la segunda, en clave naturalista, comprobábamos que aquel extraño mundo era el nuestro, y se nos quedaba la cara como a Charlton Heston al final de El planeta de los simios. Joan Ollé y Lluïsa Cunillé han utilizado una fórmula similar para su formidable programa doble en el Lliure, pero disgregando los átomos originales para centuplicar su potencia explosiva. Entramos en el laboratorio. Hay una enorme mesa cuadrada, un damero de fulgores metálicos. Vamos a asistir a la demostración de la vieja fórmula magistral. Àngels Poch y Victor Pi son los Smith. Rosa Renom y Andreu Benito son los Martin. Mercè Lleixà es Mary, la criada, y Josep Maria Domènech es el bombero. Dos protones, dos neutrones, una nanomolécula y un detonante con casco. Primera constatación empírica: La cantante calva sigue siendo divertidísima. Un poco pesadita a ratos, pero desbordante de ocurrencias. Segunda: han salido infinitos conejos de esa chistera, desde el joven Stoppard hasta Monty Phyton, pasando por Brossa y Carles Santos. Aplaudimos mucho, porque los cómicos están estupendos, dirigidos con el tono y el tempo exactos, y salimos afuera. Cuando volvemos se ha producido la mutación. En vez de una sola mesa hay catorce como podría haber quinientas. Va a comenzar La cantante calva en el McDonald's, la nueva perla negra de Lluïsa Cunillé, que, a la manera de Herbert Quain, sucede en el Desierto de lo Real, en toda su desolada y horripilante precisión. Esta segunda parte funciona como catalizador retroactivo: convierte a la primera en una arcadia contingente, protegida, como los paraísos de Wodehouse, por la ritualidad de la forma, por su atemporalidad mítica.

A propósito de La cantante calva y La cantante calva en el McDonald's, en el teatro Lliure de Barcelona

Antes estábamos en el mapa; ahora estamos en el territorio. El señor Martin (Andreu Benito) se ha citado con la señora Smith (Àngels Poch) en un McDonald's londinense. Afuera no para de llover, y ése parece ser el único espacio posible para esos tristes adúlteros. El señor Martin es un broker y viene de una reunión en Alcohólicos Anónimos. La señora Smith es pintora y depresiva, aunque se empeña en negar lo primero. Hablan del paso del tiempo, de los viajes que nunca harán, de una Inglaterra que se hunde, de unos hijos a los que no entienden o a los que creen haber echado a perder. Son amantes pero parecen un viejo matrimonio. Rebrotan, como ecos, algunas frases de "la otra" obra ("si uno no se refleja en un espejo es porque no está"), perfectamente coherentes en el nuevo contexto. La señora Smith comenta el intento de suicidio de unos vecinos, los Jones, a los que el señor Martin no recuerda. El señor Smith habla de Elizabeth, su mujer, que parece haber entrado en una secta. Por la megafonía llegan voces que celebran presuntos cumpleaños felices: gente perdida, solitaria, confusa. Aparece una extranjera, con aire de condesa de incógnito venida a menos, frágil y aterrada como una criatura de Tennessee Williams. Lleva una maleta, una peluca rubia, gafas oscuras. Es una soprano italiana (ahora Mercè Lleixà), que rompe a cantar, sin poder evitarlo, cada vez que suena el Happy Birthday por los altavoces. Dice esperar a su representante. Dice ser una exiliada política, porque "en Italia están acabando con los artistas, uno tras otro". Luego corre a esconderse en el lavabo, porque no soporta el aullido de las sirenas policiales, cada vez más próximas. Aparece Mary (ahora Rosa Renom), la antigua criada de los Smith, que trabaja allí, de camarera. Ha trabajado en otros seis McDonald's y les cuenta que la cantante es calva y está loca. El señor Smith la defiende: "Es una gran artista y una refugiada. Inglaterra siempre ha sido tierra de acogida". Ni el señor Smith ni la señora Martin, sin embargo, logran recordar su nombre. Mary dice: "En McDonald's no sabemos ni el nombre ni la edad de nuestros clientes. Aquí todo el mundo es eternamente joven".

Llega el jefe de bomberos de la ciudad de Londres, que ahora es Victor Pi. Hay que desalojar ordenadamente el local: amenaza de bomba. "Esta noche", dice, "me esperan otros diez avisos de bomba. Y de cada diez, uno es auténtico". La cantante calva no quiere salir del lavabo: es su única patria posible. El jefe de bomberos dice: "Es extranjera y exiliada política, lo que la convierte en instantáneamente sospechosa". La señora Smith reconoce a Peggy, su hija, por el altavoz de los cumpleaños: entre cita y cita de Hamlet, deducimos que lo de la bomba bien podría ser cosa suya. Llega el todopoderoso señor McDonald. En el texto sólo escuchamos su voz; en el escenario, Joan Ollé le ha dado el cuerpo de Josep Maria Domènech y le ha vestido, un tanto burdamente, de Tío Sam. El señor Martin le pide patrocinio para los cuadros de la señora Smith. La señora Smith se humilla explicándole su estilo y sus intenciones. El señor McDonald le dice que deje su petición "en el buzón de sugerencias, junto al lavabo". Está pensando, dice, en "unificar la decoración" a nivel planetario: si el estilo de la señora Smith coincide con sus planes, su obra alcanzará una difusión millonaria. El señor McDonald masculla luego que el mundo se divide "entre los que recogen sus bandejas y los que no". La policía ya ha rodeado el establecimiento. La cantante sale del lavabo con una peluca negra. El señor Smith le pide que, como muestra de buena voluntad, cante una estrofa del himno británico. La cantante accede y luego sale lentamente del local, con las manos en alto. No les contaré el final: podrán leerlo en los periódicos de ayer, de mañana, de pasado mañana.

Es curioso hasta qué punto Lluïsa Cunillé está siguiendo los pasos de Pinter: cada vez es más feroz, más amarga, más lúcida, más política. La cantante calva en el McDonald's está muy cerca de Celebration y Party Time, pero es inequívoca, inconfundiblemente suya. No se la pierdan.

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