Reportaje:TEATRO

Chernóbil, zona cero

Lo que tiene usted delante ya no es su marido. Es un reactor nuclear. No sea suicida", le dijo a Liudmila Ignatienkaia un médico de la clínica número seis. Ella y el bombero Vasili Ignatienko llevaban poco tiempo casados: "No nos habíamos saciado aún el uno del otro. Dormíamos cada noche cogidos de la mano". El 26 de abril de 1986, Vasili saltó de la cama para correr hacia un incendio en la central nuclear de Chernóbil. Cinco horas después estaba hospitalizado, junto a sus compañeros. Liudmila lo encontró hinchado. Casi no se le veían los ojos. Esa misma noche, un avión militar se llevó a los ...

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Lo que tiene usted delante ya no es su marido. Es un reactor nuclear. No sea suicida", le dijo a Liudmila Ignatienkaia un médico de la clínica número seis. Ella y el bombero Vasili Ignatienko llevaban poco tiempo casados: "No nos habíamos saciado aún el uno del otro. Dormíamos cada noche cogidos de la mano". El 26 de abril de 1986, Vasili saltó de la cama para correr hacia un incendio en la central nuclear de Chernóbil. Cinco horas después estaba hospitalizado, junto a sus compañeros. Liudmila lo encontró hinchado. Casi no se le veían los ojos. Esa misma noche, un avión militar se llevó a los bomberos a Moscú, a espaldas de sus esposas. Liudmila corrió a buscar plaza en un vuelo. En Moscú, indagó dónde estaba Vasili: "En la clínica número seis". Para entrar, hubo de ocultar su embarazo: "Tengo dos hijos", mintió. Su marido y los otros 28 bomberos estaban aislados en una planta: los médicos evacuaron la de arriba y la de abajo. Cualquier cosa con la que entraran en contacto quedaba irradiada. "Vasili cambiaba día a día. Sus quemaduras internas afloraban. Las mucosas se le caían a capas...". Pero Liudmila lo quería hasta el punto de dormir con él en la cámara hiperbárica. Catorce días después de ingresados, murió el último bombero: el personal del hospital tiró sus camas, picó el yeso de las paredes, arrancó el parqué...

A Vasili lo metieron en un ataúd de zinc y sellaron su tumba con planchas de hormigón. Natasha, el bebé de Liudmila, nació con el hígado deshecho por la radiación. Vivió cuatro horas. Su madre lo enterró junto a su esposo. Pero deseaba otro niño, para no enloquecer: se buscó un amante de una noche, y lo engendró. Andréi nació enfermo. Liudmila enfermó también. A veces, Vasili la pide en sueños: "Enséñame al niño". "Entonces vamos al cementerio, y mi esposo se nos aparece con Natasha de la mano. Siempre está con ella... Así vivo: entre lo cierto y lo irreal".

La plegaria de Chernóbil, li

bro de la periodista Svetlana Alexievich, está repleto de testimonios elocuentes: unos hablan de la soberbia del ser humano; otros de su abnegación. Casi todos, de su alegre irresponsabilidad. Chernóbil abrió la era de las catástrofes anunciadas. Ésta ha pasado a segundo plano, pero en Bielorrusia 2.100.000 personas viven hoy en tierra contaminada. Un cuarto de su país lo está. En el vigésimo aniversario de la catástrofe, el libro de Alexievich se ha reeditado con otro título: Voces de Chernóbil (Madrid, Siglo XXI). Dos espectáculos, uno español, La plegaria de Chernóbil, y otro italiano, Reportage Chernóbil, lo resumen y lo acercan. Ambos comienzan con el intenso monólogo de Liudmila Ignatienkaia. Las compañías aragonesas Producciones Viridiana y Teatro Che y Moche han puesto juntas en escena un oratorio profano: seis actores y una música ucrania encarnan a la madre de un bebé sin esfínteres, a un coro de niños que saben que la muerte les anda haciendo señas y a uno de los 800.000 soldados que liquidaron el reactor, arrancaron la piel de la tierra, talaron los bosques y enterraron los pueblos contaminados. En el montaje italiano de Babelia y Cia, Roberta Biagiarelli es la mujer de un soldado cuyo amor, cargado de plutonio y cadmio, se volvió incandescente.

La plegaria de Chernóbil. La Puebla de Alfindén (Zaragoza). 3 de diciembre. Santander. CC Caja Cantabria. Día 7. Salvatierra-Agurain (Álava). Día 23. Reportage Chernóbil. Pavía (Italia). 17 de diciembre.

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