Columna

Antisionista

Tiene derecho el embajador de Israel a defender a su país pero no tiene razones y por eso debe recurrir a una perversión más del lenguaje. El señor embajador continúa ejerciendo el victimismo lastimero oficial que a estas alturas ya no engaña a nadie sobre las intenciones del Gobierno israelí, y hace malabarismos con la cuestión semántica, tratando de convertirla en una cuestión semítica. La firmante de esta columna no es antisemita. Soy antisionista. Antisionista, antisionista, antisionista. Me declaro a favor de que Israel regrese, por el bien de su alma, a las fronteras del 67.

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Tiene derecho el embajador de Israel a defender a su país pero no tiene razones y por eso debe recurrir a una perversión más del lenguaje. El señor embajador continúa ejerciendo el victimismo lastimero oficial que a estas alturas ya no engaña a nadie sobre las intenciones del Gobierno israelí, y hace malabarismos con la cuestión semántica, tratando de convertirla en una cuestión semítica. La firmante de esta columna no es antisemita. Soy antisionista. Antisionista, antisionista, antisionista. Me declaro a favor de que Israel regrese, por el bien de su alma, a las fronteras del 67.

En cuanto al antisemitismo. Dado que mi presencia en los lugares de los hechos me ha mostrado quiénes son los débiles y que estoy a favor de la existencia del pueblo palestino en su propio país -y no en esos secarrales envenenados en que Israel ha convertido los Territorios Ocupados-, y dado que el pueblo palestino es semita -más que los judíos rusos, por ejemplo: que se proclaman descendientes de los gentiles Khazar-, la deducción lógica es que mi antisionismo no contiene antisemitismo alguno.

Pero la cuestión racial, que a mí me tiene sin cuidado, la sacan a colación precisamente quienes nos tachan de racistas a aquellos que mostramos el descaro de censurar su actuación. Yo no le pregunto al misil que mata inocentes si lo está arrojando un semita o un lama tibetano.

Sin embargo, la cuestión semántica me preocupa. Me preocupa que se haya dejado atrás, en el conflicto israelí-palestino, un léxico que antes se solía usar en circunstancias similares: pueblo opresor, pueblo oprimido. Pueblo ocupante, pueblo ocupado. País opresor basado en una ocupación que no cesa de extenderse, país inexistente gracias a la opresión reiterada. Fíjese el amado público lector que no utilizo la palabra genocidio -aunque bien podríamos hablar de lenta limpieza étnica, de muros, de eliminación sistemática- porque no sería justo aplicarla. Tampoco uso la palabra terrorismo puesto que en ese caso tendría que hablar también de respuesta al terrorismo de Estado y no tengo yo el día, que estoy muy entretenida en el avispero libanés que las bombas de Israel, no otras, ahondaron para siempre jamás el último verano.

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