Necrológica:

Bertrand Poirot-Delpech, académico, escritor y periodista

Cronista judicial y crítico literario de 'Le Monde', escribió una veintena de libros

Bertrand Poirot-Delpech, tenía 11 o 12 años, cuando comenzó a comprender que en su instituto pasaban cosas extrañas. Los alumnos de origen judío dejaban de venir, sin preaviso, sin explicación posterior. Ese hecho le marcó para toda la vida como lo prueba que luego siguiera para el diario Le Monde, como cronista judicial de lujo -ya era académico- los procesos de Klaus Barbie, o el alemán que torturó a los resistentes, Paul Touvier, o el colaboracionista que se oculta gracias a las redes de la iglesia, y Maurice Papon, o el hombre que organizó la intendencia de los trenes de la muerte c...

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Bertrand Poirot-Delpech, tenía 11 o 12 años, cuando comenzó a comprender que en su instituto pasaban cosas extrañas. Los alumnos de origen judío dejaban de venir, sin preaviso, sin explicación posterior. Ese hecho le marcó para toda la vida como lo prueba que luego siguiera para el diario Le Monde, como cronista judicial de lujo -ya era académico- los procesos de Klaus Barbie, o el alemán que torturó a los resistentes, Paul Touvier, o el colaboracionista que se oculta gracias a las redes de la iglesia, y Maurice Papon, o el hombre que organizó la intendencia de los trenes de la muerte con niños incluidos y que sobrevive gracias a la continuidad del aparato de Estado y que sigue sirviendo a sus señores sin arrepentirse nunca de nada.

El primer libro de Poirot-Delpech, Le grand dadais (1958), lo publicó bajo seudónimo. No estaba seguro de querer o poder dedicarse a la literatura porque ya había comenzado a colaborar en Le Monde. Su debut periodístico le llevó a ocuparse de la crónica de tribunales, que él siempre consideró como una escuela de la vida. Y la vida, a pesar de los dramas a los que asistió y ante los que no quiso cerrar los ojos, ha intentado contarla siempre con humor, sin olvidarse nunca de relativizar certezas y ridiculizar solemnidades.

Buen deportista, Poirot-Delpech era una silueta parisiense reconocible, cabalgando su motocicleta, primero para acudir al Palacio de Justicia, luego para no perderse un estreno teatral, su segunda adscripción dentro del periódico, luego ya, sin destino determinado, convertido el piloto en principal cronista literario de la ciudad.

Si hace pocos días fallecía Bernard Frank, novelista raro pero de talento y enorme crítico literario, ahora -el martes 14 de noviembre- las letras francesas pierden a Poirot-Delpech, menos malintencionado, más Sempé que Reiser, y un tanto acomplejado por sus grandes modelos: Gide, Beckett, Céline, Mediano,... en el fondo lector ideal, inteligente, cultivado, siempre dispuesto a conceder una nueva oportunidad incluso a los contumaces escribientes de naderías.

Adaptado al cine y la televisión -L'été 36 (1985)-, autor de reportajes novelados -Saïd et moi (1980)-, de relatos autobiográficos -Le couloir du dancing (1982)- o de obras sobre Françoise Sagan o el primer Gide, Bertrand Poirot-Delpech es de esos escritores que contribuyen a que una literatura pueda ser también una civilización.

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