Reportaje:

El ascenso del camaleón

El nuevo líder 'tory' ha transformado su partido inspirándose en el modelo del Nuevo Laborismo británico

Basta recordar quiénes eran hace un año sus rivales al liderazgo tory para darse cuenta de la transformación que supone David Cameron, de 40 años, para el Partido Conservador británico. Pero basta fijarse con cierto detalle en el propio Cameron, en su mimetismo con Tony Blair, para cuestionar sus posibilidades de victoria en las próximas elecciones, previstas para la primavera de 2009. Si los británicos quieren algo diferente de lo que ahora tienen, quizá Gordon Brown acabe siendo la verdadera novedad.

Unos le llaman David Blameron. Otros le apodan David,...

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Basta recordar quiénes eran hace un año sus rivales al liderazgo tory para darse cuenta de la transformación que supone David Cameron, de 40 años, para el Partido Conservador británico. Pero basta fijarse con cierto detalle en el propio Cameron, en su mimetismo con Tony Blair, para cuestionar sus posibilidades de victoria en las próximas elecciones, previstas para la primavera de 2009. Si los británicos quieren algo diferente de lo que ahora tienen, quizá Gordon Brown acabe siendo la verdadera novedad.

Unos le llaman David Blameron. Otros le apodan David, El Camaleón. Y no falta quien le ha bautizado como Tory Blair, un apelativo utilizado a menudo para denigrar al propio Blair. Cameron se parece al impulsor del Nuevo Laborismo sobre todo en dos cosas: en la importancia que otorga a la presentación y en su convicción de que sólo se puede gobernar en el Reino Unido desde el centro político.

El joven diputado saltó a la fama recitando un largo discurso como si estuviera improvisando

En sus primeros 11 meses al frente del Partido Conservador ha logrado cambiar radicalmente la imagen de los tories y arrastrarlos al centro con deliberados ataques a la herencia del thatcherismo. En realidad, son los propios tories los que decidieron embarcarse en ese viaje al centro al rechazar a los dos grandes contrincantes de Cameron, Liam Fox y Davis Davis, demasiado parecidos ambos a los tres anteriores y fracasados líderes, William Hague, Ian Duncan Smith y Michael Howard, todos ellos anclados en los viejos clichés del pasado.

David Cameron es telegénico, de buena familia sin ser aristócrata -su esposa, la elegante y discreta Samantha, sí lo es-, lo bastante conservador y lo bastante progresista al mismo tiempo. Educado en el privilegiado Eton y en Oxford, desarrolló su carrera profesional en el mundo de las relaciones públicas antes de dedicarse enteramente a la política. Y se nota. El envoltorio está siendo hasta ahora más importante que la sustancia de sus posiciones.

El joven diputado se alzó con el liderazgo con un audaz golpe de imagen. Mientras sus rivales leían monótonos discursos parapetados en un atril, Cameron se dirigió a la militancia sin papeles, sin atriles, sin sillas: armado con su memoria, recitó 20 minutos de meditadísimo discurso como si estuviera improvisando.

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Desde entonces ha transformado la imagen del Partido Conservador, empezando por el logotipo: de antorcha fascistoide inspirada en la Union Jack a un simple árbol de hojas verdes y tronco azul, el color de los tories. Ha ido pregonando un "conservadurismo moderno y compasivo", un partido inclusivo que ya no rechaza a homosexuales y madres solteras, que no está obsesionado con las minorías étnicas, que no sólo cree en la productividad a toda costa y los impuestos bajos, que es consciente de los problemas del medio ambiente, del equilibrio vital entre el trabajo y el ocio, que cree en el desarrollo sostenible y en la lucha contra la pobreza en África, en la importancia de los servicios públicos y muy especialmente en el servicio nacional de salud. Ha utilizado con eficacia los nuevos modos de comunicación, como Internet. Aunque no es el primer político que echa mano de un blog, el lanzamiento de su bitácora virtual webcameron le ha permitido ahondar en su imagen de hombre de familia y le ha permitido darse un barniz de clase media al dejarse filmar lavando platos y cuidando a sus hijos.

"Sí que existe una cosa llamada sociedad", ha defendido Cameron en su mensaje más explícito de ruptura con el thatcherismo: respuesta directa a las famosas declaraciones de Margaret Thatcher a la revista Women's Own en octubre de 1987. "La gente cree que si tiene un problema se lo ha de resolver el Gobierno. Hacen responsable de sus problemas a la sociedad. Y, sabe usted, no existe esa cosa llamada sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias (...). Nadie tiene derechos, salvo que primero acepte sus obligaciones", decía Thatcher.

Cameron se acerca más a Blair que a Thatcher al defender que "sí existe esa cosa llamada sociedad", pero no va muy lejos: enseguida deja claro que el Gobierno no puede hacer las cosas solo: "Necesitamos gente, familias, comunidades, empresas para tirar del carro en vez de esperar que el Estado lo haga todo", advierte.

El candidato conservador se ha apoyado en el modelo de Blair para diseñar su cambio al centro. Mientras Blair renunció a los símbolos más tradicionales de la izquierda y abrazó lo que hasta entonces eran anatemas al hacer de la seguridad ciudadana y la mano dura uno de los emblemas del laborismo, Cameron ha aparcado las grandes obsesiones tories (Europa, inmigración, impuestos) y abrazado sus tabúes: gasto público, medio ambiente, responsabilidad social.

Pero el nuevo líder todavía no ha ganado las grandes batallas. Las resistencias internas al cambio han empezado a dejarse sentir en el congreso de esta semana y amenazan con estallar cuando tenga que transformar su programa de buenas intenciones en propuestas políticas. Y su imagen de hombre de familia ha empezado a generar cierto empacho: su recurrente utilización -directa o indirecta- de la terrible discapacidad de su hijo mayor, aquejado de un tipo de parálisis cerebral especialmente dolorosa y exigente, ha empezado a generar críticas.

Pero quizá su mayor problema es que, al asociar tanto su imagen a la de Tony Blair, él mismo está renunciando en cierto modo al principal impacto de su irrupción en la política, su carácter de novedad. Cameron es algo nuevo entre los tories, pero no para los electores. Su parecido al declinante Blair está convirtiendo por pasiva al viejo Gordon Brown en algo nuevo. Los británicos que no quieran a un nuevo Blair quizá vean más novedad en Brown que en el dinámico y telegénico Cameron. Toda la imagen que le falta a Brown le sobra a Cameron. Pero toda la sustancia que le falta a Cameron le sobra a Brown. Como dice un veterano observador de la política británica, "nunca hay que desestimar la atracción de los británicos por los excéntricos".

Cameron, en el congreso tory, el pasado miércoles en Bournemouth.REUTERS

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