Columna

Miseria

Resulta que ahora se ha sabido que el secuestrador de Natascha Kampusch la llevó a esquiar el invierno pasado. La noticia está creando polémica, porque la chica no aprovechó el momento para huir. Los asesores de Natascha, que por lo que se ve son unos profundos conocedores de la miseria humana, ya le habían aconsejado que no hablara de aquella excursión en las entrevistas; tenían miedo de que sucediera lo que está sucediendo, a saber, que una purrela de descerebrados empezara a torcer el morro con suspicaz escrúpulo, pensando que entonces la muchacha no había debido de ser tan víctima, no habí...

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Resulta que ahora se ha sabido que el secuestrador de Natascha Kampusch la llevó a esquiar el invierno pasado. La noticia está creando polémica, porque la chica no aprovechó el momento para huir. Los asesores de Natascha, que por lo que se ve son unos profundos conocedores de la miseria humana, ya le habían aconsejado que no hablara de aquella excursión en las entrevistas; tenían miedo de que sucediera lo que está sucediendo, a saber, que una purrela de descerebrados empezara a torcer el morro con suspicaz escrúpulo, pensando que entonces la muchacha no había debido de ser tan víctima, no había debido de ser tan inocente. Que lo mismo hasta disfrutaba. Y que incluso podía habérselo buscado.

Les suena, ¿no es así? Este proceso de culpabilización de las víctimas es una aberración intelectual y moral muy conocida, sobre todo cuando se trata de mujeres que han sido atacadas por hombres. Es la vieja infamia de insinuar que las violadas andaban provocando, o que las esposas aporreadas por sus maridos algo habrán hecho para merecerlo. Recordemos que venimos de una cultura que venera como santas a doncellas que se sacaron los ojos y se cortaron los pechos para resistirse a la violencia viril.

Incluso hoy, aunque la sociedad esté mucho más sensibilizada con el tema, siguen circulando zafios chistes sobre las violadas y las maltratadas. Chistes reveladores de un inconsciente colectivo brutal. Pero nada más revelador que esta perversa desconfianza hacia la pobre Natascha. Un tarado la secuestra con diez años. La mantiene encerrada en un zulo inhumano sometida a todos los terrores y los abusos. Y durante ocho eternos años (casi tantos como los que tenía cuando la atrapó) el tipejo es su único contacto con lo humano. Era imposible que la niña permaneciera afectivamente incólume en ese lento y solitario infierno. Claro que amaría a ratos a su verdugo, además de odiarlo. Y claro que el ansia de felicidad seguiría aleteando dentro de ella, pese al sufrimiento. Todo esto formó parte de su tormento, pero hay gente mezquina que no quiere verlo. Cómo, ¿pero Natascha no se rebanó los senos con el cuchillo del desayuno mientras permanecía en su cuchitril? Entonces no cabe duda de que es una fresca.

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