Análisis:DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2006

La última bala

Un último coletazo de vida. Eso es lo que me quedaba en la cartuchera, una última bala en la recámara. Yo sabía que ahí la tenía, pero también sabía que recurrir a ella sin querer desperdiciarla no sería fácil. Había que arriesgar mucho en la última curva, una herradura de 180 grados en el paseo del Prado a la que se llegaba a más de 70 kilómetros a la hora. Apurar la frenada hasta el límite, cambiar rápidamente eligiendo el desarrollo correcto para la arrancada, buscar la trazada correcta dentro del caos que sería aquello y salir de la curva con la máxima velocidad posible. Podría ser Fórmula...

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Un último coletazo de vida. Eso es lo que me quedaba en la cartuchera, una última bala en la recámara. Yo sabía que ahí la tenía, pero también sabía que recurrir a ella sin querer desperdiciarla no sería fácil. Había que arriesgar mucho en la última curva, una herradura de 180 grados en el paseo del Prado a la que se llegaba a más de 70 kilómetros a la hora. Apurar la frenada hasta el límite, cambiar rápidamente eligiendo el desarrollo correcto para la arrancada, buscar la trazada correcta dentro del caos que sería aquello y salir de la curva con la máxima velocidad posible. Podría ser Fórmula 1 o Moto GP, salvando las distancias, pero no, es tan sólo ciclismo. Después, tras hacer todo esto bien, me encontraría en la situación idónea para disparar esa bala. Y luego llegaría ya lo más difícil, que sería acertar en el centro; eso es lo auténticamente complicado, no todo lo anterior.

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Y en la curva todo salió bien. Había montado en mi bicicleta un plato de 54 dientes para poder lanzarla más fácilmente en la bajada. Luego había que moverlo hacia arriba, ésa era la pega. Salí de la curva bien colocado, baje un diente, luego otro, y me lancé por la izquierda a por la victoria. Me faltaron 300 metros. Mejor dicho, me sobraron. Yo tengo una enemistad irreconciliable con los que instalan las llegadas: siempre me la ponen un poco lejos, nunca piensan en mí. Bueno, casi siempre, que alguna vez hay suerte. Esta vez no pudo ser, una pena. Pero me queda el buen sabor de boca de que al menos no he malgastado esa bala. Ahí quedó; no me la llevo para casa, aunque tengo que seguir afinando mi puntería. Otra vez será.

Ayer era el día -cómo no- de la tradición no escrita. Paseo triunfal para el vencedor, para los vencedores. Disfrute para unos y alivio para todos los demás. Un antiguo director mío nos decía esos días: paseo, paseo, sí, pero al principio, que luego hay carrera y alguno tiene que ganar; así que no os relajéis en exceso, que luego va a ser peor. Y qué razón tenía. Si las piernas duelen ya de por sí, el dolor es insoportable si te relajas. Yo, que voy ya para perro viejo -si no lo soy ya-, empiezo ahora a hacer caso de esos consejos. Dado que alguno tiene que ganar, pues qué mejor si ése soy yo, ¿no?

Por cierto, tres corredores se saltaron esa tradición simplemente porque sí y atacaron en la parte intermedia de la etapa para cabreo del resto. Y luego hay algunos que aún se extrañan de que, cuando hay un problema de verdad -ahora abundan-, nunca haya unión. A mí, con gente de ese tipo, no hay nada que me una.

Pues, nada, me despido. Un placer estas tres semanas escribiendo, no tanto pedaleando, sobre todo algunos días concretos, aunque ahora que ha terminado todo parece más leve. Hasta el año que viene. A ver si para entonces ya he conseguido recuperarme.

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