Crónica:LA CRÓNICA

El PSPV juega fuerte

Estaba cantado que este nuevo curso político iba a ser caliente y que ninguno de los dos grandes partidos perdería la oportunidad de obtener una ventaja electoral o darle un palo al adversario. La previsión comienza a cumplirse con la moción de censura que presentará el PSPV en los próximos días. Una iniciativa extrema prevista por el legislador para exigir responsabilidades al Gobierno y desahuciarlo si se cuenta con la mayoría absoluta en las Cortes. Un efecto colateral de esta medida es conseguir un resonante efecto mediático, aunque no se logre el propósito principal. En cierto modo, se tr...

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Estaba cantado que este nuevo curso político iba a ser caliente y que ninguno de los dos grandes partidos perdería la oportunidad de obtener una ventaja electoral o darle un palo al adversario. La previsión comienza a cumplirse con la moción de censura que presentará el PSPV en los próximos días. Una iniciativa extrema prevista por el legislador para exigir responsabilidades al Gobierno y desahuciarlo si se cuenta con la mayoría absoluta en las Cortes. Un efecto colateral de esta medida es conseguir un resonante efecto mediático, aunque no se logre el propósito principal. En cierto modo, se trata de un recurso que se le otorga a la oposición para hacerse oír, aunque sea ocasionalmente, cuando el partido gobernante es hegemónico y ejerce como tal.

Los socialistas no disponen de esa mayoría. Contando con el apoyo de EU, aún necesitarían ocho votos para aventajar al PP. Ni ahíto de calimocho, puede nadie pensar que las trifulcas de los conservadores aboquen a una traición histórica en sus filas para regalar el poder al adversario. Las ballenas pueden suicidarse, pero no se conocen casos de holocaustos colectivos de diputados que, en este caso, únicamente se enzarzan por sobrevivir, lo que a su modo puede entenderse como todo un programa personal de actuación política.

En consecuencia, Joan Ignasi Pla, líder del PSPV, únicamente aspira a dar un buen golpe propagandístico, y en este sentido debe admitirse que ha sorprendido a sus rivales, conminándoles a decir alguna que otra nadería: "Si pierdo me iré", ha declarado el presidente Francisco Camps, como si irse o quedarse al frente del Consell dependiese de su voluntad y no del imperativo legal. Si perdiese, ni siquiera podría protagonizar el debate inminente sobre política general. Un golpe, decimos, que ha comenzado a dar sus rendimientos apenas anunciado y, en este sentido, los socialistas deben sentirse gratificados por la proyección publicitaria de su finta política. Tanto más cuando han conseguido que se aireen los fundamentos de su moción, cifrados en la corrupción, la (des)urbanización del territorio y el mal funcionamiento de los servicios públicos, todo lo cual habrán de argumentar con algo más consistente que las meras hipérboles.

De tres horas largas van a disponer los socialistas para disparar, primero, sus andanadas contra la política del Consell y exponer, después, su programa. Las claves del primer discurso ya las han anticipado y acabamos de resumir. No así las del segundo, acerca de las cuales nunca han sido los socialistas valencianos muy explícitos. ¿Qué harían o harán si se tropezasen con la bicoca -y el desafío- de gobernar la Comunidad? No promoverían ciudades míticas como suele acometer el PP, pues ya resulta patética esta proclividad de los conservadores por el espectáculo y la espectacularidad, más propia del viejo Cecil B. de Mille que de unos gestores de los intereses colectivos sensibles con la siempre deficitaria atención de las necesidades sociales: salud, enseñanza, tercera edad y etcétera. Será muy interesante saber qué nos cuentan los socialistas en torno a estos y otros capítulos similares, teniendo en cuenta, además, el endeudamiento de las finanzas públicas que heredarían.

Al riesgo de no salvar la cara debido a la endeblez del discurso se suman otras dos incógnitas. Una, la capacidad de persuasión y elocuencia del candidato a gobernarnos, que tantas dudas genera incluso entre su tropa. Menos mal, se dice, que no tendrá que enfrentarse a Eduardo Zaplana, que tanto le encogía el ánimo al dirigente socialista, sino al más vulnerable Francisco Camps, con quien comparte una dialéctica elemental y previsible. Por otra parte, en trances como éste no ha de olvidarse el papel decisivo de la televisión autonómica, que sigue siendo territorio comanche para los partidos de la oposición, vetados o maltratados por principio, por un principio predemocrático o fascistoide, pero así es.

Hemos de suponer que en Blanquerías, sede del PSPV, han valorado estos extremos y que, no obstante, merece la pena arriesgarse a esta pirueta circense y electoral, que en eso se resume esta movida de la comentada moción. A Felipe González, como se ha recordado estos días, le salió redonda en 1980. En 1987, a Antonio Hernández Mancha -¿lo recuerdan?-, no. Los socialistas valencianos juegan fuerte y cruzan los dedos.

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Algunas voces cualificadas, tanto de la derecha como de la izquierda moderada, nos vienen exhortando sobre la conveniencia de que ciertos resortes del poder vuelvan a la Administración central. Entre ellos, el urbanismo. A estas alturas del proceso autonómico resulta impensable tal rebobinado, pero no nos sorprendería que, sometido a referéndum, se avivase este rescoldo de centralismo. Visto lo visto, Alfonso Guerra tendrá razón y los lejanos funcionarios de Madrid se nos antojarán mejores y más insobornables gestores que la patulea venal y municipal que ha menudeado en la gobernación de algunas autonomías. Como ésta, sin ir más lejos.

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