Reportaje:EUSKADI 02 | CRÓNICAS DE LA VIDA

La épica del hacha

En Verdes valles, colinas rojas, un personaje mitológico del bilbaíno Ramiro Pinilla sentencia: "A los vascos no nos gusta que nos visiten". No es así, o no en este momento. Sólo conozco un lugar donde nada más llegar te preguntan cuándo te vas, y no está en Euskadi.

En la bodega de Loli Casado se crían riojas de otra saga literaria: Jaun de Alzate y Polus. El primero fue bautizado en honor a la novela La leyenda de Jaun de Alzate, de Pío Baroja. El segundo, un vino de diseño que sale al mercado este año, toma el nombre de la taberna citada en un capítulo. Casado re...

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En Verdes valles, colinas rojas, un personaje mitológico del bilbaíno Ramiro Pinilla sentencia: "A los vascos no nos gusta que nos visiten". No es así, o no en este momento. Sólo conozco un lugar donde nada más llegar te preguntan cuándo te vas, y no está en Euskadi.

En la bodega de Loli Casado se crían riojas de otra saga literaria: Jaun de Alzate y Polus. El primero fue bautizado en honor a la novela La leyenda de Jaun de Alzate, de Pío Baroja. El segundo, un vino de diseño que sale al mercado este año, toma el nombre de la taberna citada en un capítulo. Casado representa la tercera generación de una familia bodeguera de Lapuebla de Labarca, una localidad de La Rioja alavesa a la que se accede tras salvar, a 1.100 metros, el paso de Herrera; el balcón natural que se asoma sobre el océano de viñas y un pasadizo mágico que se llama condado de Treviño, porque en cuanto pones un pie se desvanece Euskadi y emerge Castilla y León.

Puede haber malos cocineros, pero descubrirlo es un arte que no está al alcance de todos

A la altura de Elciego, de vuelta en territorio vasco, irrumpirá un hermanito del Guggenheim en su horizonte. No es fruto del exceso de catas, es la bodega proyectada por Gehry para Marqués de Riscal. Arquitectura y vino ya no son un brindis al sol, sino una ruta turística. No lejos, en Laguardia, ondean las cubiertas de la bodega de Santiago Calatrava para Ysios y la construcción de Phillippe Mazieres para la Compañía Vinícola del Norte de España. En Samaniego está el edificio de Bodegas Baigorri firmado por Iñaki Aspiazu.

En estas tierras, el abuelo de Loli Casado prescindió del cereal en favor de las uvas. Su padre abandonó la venta a granel por etiquetas propias. Y en 2000, la enfermera Casado pidió una excedencia para volcarse en su pequeña explotación de 25 hectáreas de uva tempranillo, graciano y garnacha, que a estas alturas, sin mucha lluvia ni excesivo calor, deberían estar a punto de caramelo. "Es un reto, un proyecto de mi marido y mío, independiente de lo que vayan a hacer los hijos". Otra rehén de los desafíos. A veces los vascos, tan diferentes, parecen iguales. "Va pasando de una generación a otra, se mezcla la cultura con tu medio de subsistencia, es un sentimiento al final". Nada más sentimental que contemplar monte y mar entrelazados en Zarautz, donde el Cantábrico ruge incluso cuando se pone tierno. Si supera el momento de debilidad sin alcanzar el del coraje -se exige para el baño-, puede entregarse a la observación del prójimo en el paseo marítimo, que suele dar para tratados variopintos. "Hazle caso a mamá, siéntate en la silla, mamá se va a tomar un zumo", proclama dicharachera una señora en una terraza. Arremolinado sobre otra silla, un perro la miraba sin decir nada. Pero si Puppy trina frente al Guggenheim, éste bien podría recibir al camarero exigiendo una cerveza sin alcohol (hay que cuidar los puntos).

Cosas más raras se han visto. Hombres que no idolatran el fútbol, por ejemplo. En Euskadi, donde tienen la catedral de San Mamés, hay quien sentencia: "Para mí el deporte rey es el hacha; el fútbol, cero". Se llama Jon Osoro Etxaniz y acaba de fundar en Elgoibar (Guipúzcoa) una empresa de ingeniería con dos socios. A sus espaldas hay proyectos tecnológicos como la fabricación de un detector de grietas para una central nuclear. En Elgoibar y en Eibar, afirma, "hay una empresa casi en cada puerta".

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El abismo entre el campo y la ciudad también está presente en Euskadi, pero su entorno rural no muestra los síntomas de decaimiento de otros lugares. Guipúzcoa está repleta de localidades pujantes de mediano tamaño (Mondragón, Bergara, Azkoitia...), que han irradiado por todo el territorio los beneficios de su desarrollo económico. Ni la marcha de algunas industrias para abaratar costes o eludir la extorsión etarra han descafeinado el perfil industrial guipuzcoano.

Jon es uno de esos muchos emprendedores que caracterizan a la sociedad vasca y que campa igual de cómodo por Internet que por las aficiones de sus abuelos. Si le preguntan por las señas de identidad de su tierra, dirá por este orden que el deporte rural, el queso Idiazábal, el txakoli y la trikitixa (el acordeón diatónico). Y si usted fuera uno de sus invitados le recibiría en dos tiempos. Primero, lo llevaría "a comer bien". Segundo, a practicar por la costa "turismo bonito".

No sería necesario alejarse de la terraza de su familia, en el caserío Arostegui de Elgoibar, para sumergirse en ese turismo bonito. El paisaje circundante, con el monte Karakate, los hayedos y los prados, parece robado de una acuarela. Jon nunca podría instalarse en una ciudad, se asfixiaría. Añoraría a sus ovejas y a sus border collie.

Osoro puede vanagloriarse de ser uno de los mejores criadores de perros para pastorear. Sus ejemplares se imponían en casi todos los concursos hasta que decidió dejar de presentarse, entre otras razones porque le desagrada competir contra animales que han sido criados por él mismo y que no cede a la ligera. "Si el cliente no me gusta o sé que es agresivo y no va a tratar bien al perro, no se lo vendo aunque me traiga todo el dinero del mundo".

Los perros de Jon hablan euskera. Incluso Speed, que vino de Escocia, y Llangwn Xoli, que llegó de Gales, se han reacostumbrado al nuevo idioma. "Empecé hablando inglés con Speed, pero pensé que alguna gente lo vería raro y lo pasé al euskera". Por lo visto, bastan cinco palabras para gobernar a un border collie, una parquedad que beneficia la inmersión lingüística. "Son inteligentes, cariñosos y humildes, el perro pastor vasco es tosco, muerde a los animales y no tiene la dulzura del border collie", compara el especialista.

Para Jon, adiestrar perros es una suerte de "terapia" aun a costa de que los días le resulten "cortos" para atender ingeniería, familia y animales. Por falta de tiempo y por algunas lesiones ha renunciado al frontón, aunque sigue siendo un forofo del deporte rural. "Los aizkolaris tienen que tener una fuerza y una técnica terrible para caer siempre en el mismo sitio, cuantos menos golpes den más avanzan". Jon fue uno de los espectadores que acudió a ver el duelo entre Olasagasti y Elasu en el prado guipuzcoano. "La gente estuvo durante meses esperando por esa apuesta".

Dicen que el alma bilbaína se asemeja a la británica y que la donostiarra es francesa. La geografía suele favorecer la especialización, aunque a veces hace trampas. La bahía de la Concha es tan archifamosa y tan archibella que una creería que la ciudad ha tenido que crecer forzosamente abigarrada a su alrededor, desde la primera línea de costa hacia atrás, con los edificios empujándose para tratar de asomarse a esa playa con forma de vieira que despierta el apetito por la belleza en cuanto se descubre por primera vez. Pero no.

Los barrios más antiguos se construyeron en paralelo al río Urumea, frente al que también se encuentra el hotel María Cristina, antes de su desembocadura en el Cantábrico, atraídos por la cercanía del primitivo puerto pesquero. En Gros, uno de ellos, se alzan los cubos proyectados por el arquitecto Rafael Moneo para albergar el Kursaal, otro ejemplo de arquitectura de firma. Pero a diferencia del Guggenheim, convertido en el icono de Bilbao, el Kursaal no se ha impuesto a la geografía y la Concha se mantiene como el emblema donostiarra.

En la bahía se celebra en septiembre la regata de traineras más popular de la cornisa cantábrica. Hasta 40 paladas por minuto pueden dar los trece tripulantes para hacer avanzar cada embarcación. Cuesta imaginar que desde estas barcas de doce metros de eslora alguien se atreviese a desafiar a una ballena. La competición de traineras se retransmite en directo por televisiones locales y es seguida por miles de personas que -cómo no- cruzan apuestas.

San Sebastián es un lugar donde se entra a un bar cualquiera, se pide un pintxo al azar y se llora. A nada que le guste la comida y le guste llorar, existen muchas posibilidades de que suelte lagrimones de emoción ante las barras. En esta ciudad, un pintxo es una creación artística en miniatura, de edición limitada y naturaleza efímera.

Puede haber cocineros malos, pero descubrirlos debe ser un arte que no está al alcance de cualquiera. Casi resulta más fácil llegar hasta los sumos sacerdotes (Arzak, Berasategui, Arbelaitz, Subijana) aunque conviene reservar, y algunos no están en la capital.

Por estas tierras, la comida es un tema de estado. La buena mesa ayuda a vertebrar la sociedad y facilita contactos entre entornos que de otro modo no se tocarían. En los txokos -llamados sociedades gastronómicas en Guipúzcoa- se pueden juntar el gerente de una fábrica, el policía local y un administrativo, que todos acabarán riendo estruendosamente, cantando nostálgicas baladas vascas y desmelenándose sin asomo de pudor. Una diversión interclasista, aunque no siempre igualitaria en cuanto a géneros. Como resultado de la tradición, la mayoría de txokos y sociedades son reductos masculinos, si bien el veto a la entrada de mujeres ha ido desapareciendo paulatinamente en los últimos años, aunque subsistan excepciones.

Hay tres rondas obligadas en San Sebastián: el paseo desde la playa de Zurriola hasta la de Ondarreta; una ruta de txikiteo (el equivalente al poteo bilbaíno) con sus correspondientes lagrimones de emoción por la Parte Vieja y, espoleada por contagio ambiental, la ronda de tiendas. Si se abandona al momento consumista, comprenderá por qué hasta los donostiarras desaliñados resultan elegantes.

Con sus 105 kilos y 1,92 metros de altura, Jose Mari Olasagasti se preocupa por su peso por asuntos que tienen poco que ver con la elegancia. Él es el mejor cortador de troncos del mundo. Un título que le impone sacrificios, como las carreras matinales por el monte Igeldo, donde el campeón tiene un caserío desde el que se divisa el mar justo poco antes de que rompa contra las playas donostiarras.

Por el monte Igeldo atraviesa la ruta del norte del Camino de Santiago, un trazado pegado al Cantábrico durante 1.000 kilómetros. Es tal la armonía entre el mar y las montañas que los peregrinos sienten la tentación de detenerse a mirar sin límite de tiempo en lugar de avanzar hacia el oeste.

Este tramo guipuzcoano es un mundo de laderas, que una mañana de julio había hechizado a una caminante francesa, que se había deshecho de parte de su equipaje en apenas tres días. Los peregrinos suelen comenzar su ruta hacia Santiago con un montón de artículos imprescindibles cuya inutilidad descubren en 24 horas.

Por este monte corre a diario Olasagasti, que sigue en la brecha a pesar de que ya ha cumplido 48. Este verano le esperan 80 actuaciones, bolos como los de un cantante de moda que le llevarán por todo Euskadi, Madrid y Barcelona, donde también pagan por verle en acción. Sus giras internacionales han incluido visitas a Japón, Canadá y Estados Unidos, no vayan a creer que sólo cortan troncos los vascos.

Ser un profesional del hacha no consiste en ser como Astérix. No exclusivamente. "No sólo es fuerza bruta, tienes que saber cuando respirar o cuando atacar", aclara a la ignorante. Si quieren conocer una de las señas más singulares de Euskadi, pueden aprovechar las fiestas de cualquier pueblo y ver fuerzas descomunales levantando piedras, segadores rápidos como rayos, bueyes arrastrando moles y cortadores de troncos.

Las exhibiciones se repiten todo el verano, aunque la inmersión más auténtica es el desafío con apuesta. "Si un hombre juega 50 euros está pendiente, sufriendo y viendo en que has fallado, se le pasa el tiempo fácil, pero se enfadan que no veas, igual te dicen barbaridades cuando sales". Olasagasti habla desde la experiencia. Él calcula que en su duelo con Elasu se movieron 360.000 euros en apuestas. "Hubo mucha emoción". En el prado de Guipúzcoa, ante unos 4.000 curiosos, el campeón mundial de los cortadores de troncos tumbó al mejor segador de hierba. Cualquier día organizan una revancha.

Una pareja junto al Peine del viento, de Eduardo Chillida, en San Sebastián.JESÚS URIARTE
Loli Casado, entre las viñas de su bodega de Puebla de Labarca, en La Rioja alavesa.SANTOS CIRILO
Jon Osoro, criador de perros border collie, en Elgoibar.SANTOS CIRILO

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