Tribuna:OCUPACIÓN DEL TERRITORIO

Agresiones ambientales: polución y urbanismo

Las personas "normales" no siempre somos capaces de juzgar todo lo que sucede a nuestro alrededor y los profesionales de juzgar, los jueces, me imagino que muchas veces lo tienen difícil. Me permito hacer esta reflexión en relación con algunos fenómenos que estas personas normales somos incapaces de interpretar lúcidamente. Sea por ejemplo un fenómeno medioambiental que se viene produciendo desde hace muchos años y que, al parecer, ni las personas normales ni los jueces tienen fácil de interpretar los unos y condenar -si procede- los otros: la contaminación transregional (o transfronteriza)....

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Las personas "normales" no siempre somos capaces de juzgar todo lo que sucede a nuestro alrededor y los profesionales de juzgar, los jueces, me imagino que muchas veces lo tienen difícil. Me permito hacer esta reflexión en relación con algunos fenómenos que estas personas normales somos incapaces de interpretar lúcidamente. Sea por ejemplo un fenómeno medioambiental que se viene produciendo desde hace muchos años y que, al parecer, ni las personas normales ni los jueces tienen fácil de interpretar los unos y condenar -si procede- los otros: la contaminación transregional (o transfronteriza).

En líneas generales, resulta que lo que emiten los productores de contaminación presumiblemente responsables (lo que se llama "las emisiones") recorren grandes distancias, se dispersan, sufren transformaciones en la atmósfera y llegan a alcanzar a los organismos vivos, animales o plantas, que sufren las "inmisiones" (presencia de sustancias contaminantes en el propio entorno) que causan daños incluso en concentraciones a veces muy, muy bajas, pero actuando durante mucho, mucho tiempo. Para establecer una relación directa de "aquella causa produce este efecto" y que esa causalidad permitiera al juez redactar veredictos condenatorios sería necesaria la prueba fehaciente o el dictamen de un perito experto. No es fácil comprometer a un científico a asegurar esa causalidad mientras no disponga de evidencias que a veces costarían años y años de experimentos carísimos y difíciles de reproducir en laboratorio. Así pues, muchas regiones del planeta (Noruega, Canadá...) sufren las inmisiones difusas desde el extranjero (Escocia, Detroit...) sin que hasta la fecha se haya encontrado un sistema de respuesta penal a la contaminación transfronteriza y pese a que todo el mundo tiene las ideas claras de que la causa de los daños en los bosques se deben a las fuentes bien identificadas. Es por supuesto mucho más fácil identificar un vertido al suelo o a un río, cuando se pesca in fraganti al contaminador o se identifica inequívocamente a la fuente del vertido.

Viene esta reflexión, bien conocida, porque en nuestros días se produce ¡al fin! Una respuesta judicial al fenómeno de los negocios sucios en torno al urbanismo, negocio sobre el que todo el mundo sabe/intuye que existen responsabilidades que se deberían penalizar, pero en las que resulta difícil encontrar a un culpable concreto al que poner tras las rejas.

Y es que en el negocio del "urbanismo feroz" mientras -en cierta manera al revés que en la contaminación transfronteriza- parece evidente quiénes son los culpables, no resulta fácil encontrar a las víctimas. Efectivamente, al perseguir a los diferentes protagonistas del negocio resulta difícil identificar a la víctima. Propietario de la tierra/ Urbanizador/ Promotor/ Ayuntamiento/ Constructor/ Comprador... ¿Ganan todos? En esa ciencia polivalente que es la termodinámica se nos enseña que una máquina no puede funcionar indefinidamente si no existe una diferencia de niveles de energía (un foco caliente y otro más frío; un nivel del agua alto y otro bajo; o dos estados posibles de tensión de un muelle). No es posible que todos ganen. Para el propietario de la tierra que tanto trabajo da para extraerle una renta siempre modesta, la venta, que representa una pérdida definitiva de la propiedad parece estar compensada por el aumento temporal -efímero- de su estatus (autos, reformas de casas o suntuosas bodas, se relataba hace tiempo en la prensa, eran los destinos de los productos de la enajenación). Los promotores obtienen sus sustanciosos dividendos que, hasta pueden estar respaldados por alguna legislación perversa; los ayuntamientos, aun actuando dentro de la Ley, están encadenados a seguir aprobando construcciones que les permitirán mantener los fastos (en los últimos tiempos) habituales y obtener paz social -empleos- inmigración/crecimiento positivos, etc.; los constructores y agencias inmobiliarias ganan aunque no construyan; el negocio se basa en la compra/venta no en la aplicación de la mejor tecnología constructiva. Los bancos... Y así hasta los sufridos compradores que, para vivir (valor de uso) o para invertir (valor de cambio) en la vorágine de la subida de precios podrán comprar vendiendo patrimonio anterior y comprometiéndose a hipotecas seculares (de medio siglo ya) haciendo también ganar a la sufrida banca. Economía caliente pues. ¿Dónde está el foco frío?

A) El recurso suelo no es inagotable. Por el contrario es polivalente y muy escaso pues como suelo primario cumplía una misión ecológica-social, además de económica. El suelo primario, sea o no explotado como suelo agrícola productivo aporta valores antrópicos o naturales y paisajísticos, de reoxigenación de la atmósfera y de lo que deberíamos empezar a apreciar de "simple horizonte". La ocupación del suelo por construcciones es sin duda uno de los impactos más irreversibles sobre cualquier sistema. Una contaminación química o de cualquier otra clase puede, transcurriendo el tiempo, ser asimilada por el medio natural casi siempre. Las construcciones constituyen los impactos más duraderos sobre cualquier tipo de suelo; dicho esto sin menospreciar que en los casos que cualquiera pueda imaginar esas construcciones valían la pena.

B) La construcción inmobiliaria no está diseñada para atender a las necesidades del crecimiento vegetativo de la población. En el entorno mediterráneo se quiere construir más de un millón de nuevas viviendas pese a que, por ejemplo, solo en la ciudad de Valencia existen decenas de miles de viviendas deshabitadas. Quien diseña ese proyecto piensa en europeos que desearán venir al Sur a buscar naturaleza y paisaje. Una casa no se compra por el precio que vale sino por lo que cuesta en un mercado desequilibrado. El puro negocio especulativo, y la aceleración del flujo monetario que implica, representa una disminución de la renta familiar disponible de muchos millones de personas. No resulta fácil para cada una de ellas, convertirse en acusador/denunciante porque ¿Dónde está el culpable? Al igual, otra vez, que sucedía en el asunto de la contaminación transfronteriza.

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Las víctimas están confusas, los responsables (a veces delincuentes) están difusos. Así resulta verdaderamente difícil desenmascarar al bandido. A veces no hay bandido puesto que no hay pena sin transgresión de ley Y ¿Qué le corresponde hacer a quien debe defender los intereses de todos? Cualquier partido u opción política que gobierne se cuida mucho de no alterar las cosas de manera que se desestabilice de repente ese estatus-quo. Si la economía española (y sobre todo la de la Comunidad Valenciana) está en estos momentos sustentada en el negocio de la construcción, no será fácil tomar medidas que ralenticen los negocios que tanto dinamismo económico proporcionan. Así pues, nuestros hijos, nuestros nietos, seguramente se acostumbrarán a ese paisaje que les estamos preparando. Si tienen suerte, los más afortunados se irán a otros lugares ¿más al sur? A buscar aire y paisaje. Los menos afortunados terminarán de pagar las hipotecas que les dejaron sus abuelos. Los flujos migratorios seguirán en los dos sentidos mientras quede paisaje que alicatar.El autor afirma que la ocupación del suelo por construcciones

es uno de los impactos más irreversibles sobre el medio

Eduardo Peris Mora es profesor de la Universidad Politécnica de Valencia.

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