Necrológica:

José María Heredero, fotógrafo y acuarelista

Era uno de los profesionales gráficos más galardonados

Para el fotógrafo José María Heredero Arribas, que falleció repentinamente el viernes pasado, a los 79 años, Segovia era la sombra de un barrendero a contraluz con su carro sobre los adoquines o el capirote de un penitente sobre un fondo solarizado o un rayo cayendo sobre las almenas del alcázar iluminando la cruz del Cristo de San Marcos, su barrio, subiendo en procesión por la Cuesta de los Hoyos.

A este artista, que procedía de la escuela de los Unturbe, junto a los que comenzó de chico, se le debe la imagen de esta ciudad castellana, divulgada en libros y publicaciones, durante años...

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Para el fotógrafo José María Heredero Arribas, que falleció repentinamente el viernes pasado, a los 79 años, Segovia era la sombra de un barrendero a contraluz con su carro sobre los adoquines o el capirote de un penitente sobre un fondo solarizado o un rayo cayendo sobre las almenas del alcázar iluminando la cruz del Cristo de San Marcos, su barrio, subiendo en procesión por la Cuesta de los Hoyos.

A este artista, que procedía de la escuela de los Unturbe, junto a los que comenzó de chico, se le debe la imagen de esta ciudad castellana, divulgada en libros y publicaciones, durante años, llena de luces indirectas, nubes, en blanco y negro, donde trilla una paisana sentada en una silla sobre un artilugio tirado por mulos, al atardecer, y emerge la ciudad amurallada ganando a la niebla pegada al Eresma, cuando el sol vence en el cielo y se abre paso entra las nubes.

Con oficio y un extraordinario conocimiento de la técnica, desde las placas de gelatino-bromuro a su inseparable Hasellblad o lo digital, que le llegó algo tarde, Heredero investigó en el laboratorio, pisó la calle, trabajó el retrato y fue ayudando a descubrir a muchos una Segovia bella, de paisajes, rincones y personajes, porque era sensible, sabía mirar, que es la clave; hasta con el pop llenó sus objetivos de filtros para buscar nuevas formas.

Sin vitrinas en donde poner los premios y trofeos que fue ganando en los concursos fotográficos que se celebraban en España, sobre todo en los años sesenta y setenta, Heredero colaboró en periódicos y agencias de prensa, fue corresponsal gráfico de Televisión Española, cuando se rodaba en 16 milímetros, y dirigió la fotografía de numerosos cortos y documentales.

Además, siempre supo mantener su hábil y fino trazo en su segunda pasión artística, la pintura a la acuarela. John Szarkowski, director de la sección de fotografía de Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), sostenía que la diferencia esencial entre la pintura y la fotografía reside en que la pintura parte de un lienzo en blanco y lo llena, mientras que la fotografía parte del mundo y lo recorta en el visor.

Heredero, experto en ambas artes solía abordar esta doble función en sus últimas exposiciones, tras escoger sus imágenes de Segovia más emblemáticas y colorearlas. Siguió con todo hasta su marcha. Sus pinceles, los cajones llenos de fotos revueltas, las máquinas, sus amigos, los miembros del grupo de acuarelistas Aqua, su bondad, su anarquía, su familia, hasta los dibujos improvisados sobre un plato, hechos a rotulador mientras saboreaba la conversación con alguien, más que el chato que tenía delante.

Sólo hubo algo que echaba de menos, en los últimos tiempos, la bicicleta de carreras, con la que se jactaba de ponerse a la altura de Perico Delgado, su buen amigo al que vio subir por primera vez sobre las dos ruedas y animó, porque vislumbró a un campeón; y no se equivocó. El pasado sábado recibieron sepultura los restos mortales de José María Heredero, pero sobre su ausencia permanecerá una obra muy personal, un estilo fotográfico, la imagen de una Segovia monumental que huye del urbanismo voraz, donde los adoquines agradecen el agua que cae esparcida desde la manguera de un empleado de la limpieza, con botas de goma, y las gotas iluminando la mañana.-

José María Heredero Arribas.

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