Crítica:

Caramelo envenenado

Estrenado con éxito en Sundance, ganador de los dos premios más importantes en Sitges 2005, Hard candy, término del argot que significa algo así como una adolescente que parece más joven, es un cuidadoso, tremendo artefacto hecho para hacer pensar, claro que sí, pero sin renunciar a la aristotélica conmoción, una conmoción, por lo demás, construida desde una aviesa afinidad, desde un intercambio tan cuidadoso como, en el fondo, conseguido de protagonismos entre dos personajes. Y desde las tripas: es difícil que un espectador, sobre todo masculino, pueda pasarlo peor en una sesión de cin...

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Estrenado con éxito en Sundance, ganador de los dos premios más importantes en Sitges 2005, Hard candy, término del argot que significa algo así como una adolescente que parece más joven, es un cuidadoso, tremendo artefacto hecho para hacer pensar, claro que sí, pero sin renunciar a la aristotélica conmoción, una conmoción, por lo demás, construida desde una aviesa afinidad, desde un intercambio tan cuidadoso como, en el fondo, conseguido de protagonismos entre dos personajes. Y desde las tripas: es difícil que un espectador, sobre todo masculino, pueda pasarlo peor en una sesión de cine como la que aquí se le propone.

El filme, interpretado tan sólo por dos personajes (Patrick Wilson y Ellen Page, con la puntual aparición de un tercero que apenas tiene nada que ver con la trama), cuenta, entre otras cosas, la historia de una venganza, y a ella se entrega con claridad admirable. Sus bazas son pocas, pero están sólidamente ancladas en la realidad de cada día.

HARD CANDY

Dirección: David Slade. Intérpretes: Patrick Wilson, Ellen Page y Sandra Oh. Género: drama criminal, EE UU, 2005. Duración: 103 minutos.

El filme apunta en varias direcciones, y casi siempre con acierto. Por ejemplo, hacia un nuevo tratamiento de uno de los personajes de siempre en el cine americano, el afectado por una pérdida que, ante la pasividad de las autoridades, decide tomarse la venganza por su mano. Por ejemplo, en el cuestionamiento de una cierta idea de masculinidad desculpabilizada. Por ejemplo, en fin, en un mensaje dirigido hacia el corazón mismo del espectador,

Con todo esto juega Slade, y hay que convenir que lo hace más que plausiblemente: ahí es nada mantener un tour de force interpretativo basado sólo en el trabajo de dos actores que llenan la larga hora y media de la sesión, sin que ésta decaiga nunca; y ahí es nada, en fin, mantener un equilibrio tan sutil, tan diabólico entre la ilustración de un punto de vista determinado, pero también su contrario... un ejemplo de dramaturgia adulta de los que se ven pocos, sobre todo en una primera película, que conviene no olvidarnos, es ante lo que definitivamente estamos.

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