Columna

Las lenguas

Mô es el nombre íntimo de Mahón. Es también, Mô, el título del último disco de Serrat. Su más reciente entrega de material sensible. Canta en catalán y se comprende todo, aunque uno no se entienda, porque se trata de material sensible. Así ocurre siempre con las bellas canciones. Decir Joan Manuel Serrat es renombrar lo que Roland Barthes llamaba "la felicidad de la expresión". No entendemos, o no entendemos todo, pero al oír de nuevo a Serrat en catalán, vemos, imaginamos cosas que antes no veíamos. Eso tiene que ver también con las bellas canciones. Y con las lenguas. Que la percepció...

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Mô es el nombre íntimo de Mahón. Es también, Mô, el título del último disco de Serrat. Su más reciente entrega de material sensible. Canta en catalán y se comprende todo, aunque uno no se entienda, porque se trata de material sensible. Así ocurre siempre con las bellas canciones. Decir Joan Manuel Serrat es renombrar lo que Roland Barthes llamaba "la felicidad de la expresión". No entendemos, o no entendemos todo, pero al oír de nuevo a Serrat en catalán, vemos, imaginamos cosas que antes no veíamos. Eso tiene que ver también con las bellas canciones. Y con las lenguas. Que la percepción, la capacidad sensitiva, está influida por la relación que mantenemos con las palabras es una evidencia tan poética como científica.

Mientras Serrat cantaba a Mô y nos permitía ver, imaginar y sentir algo nuevo, la Mesa del Parlamento Europeo decidía por la diferencia de un voto, siete contra seis, comerse un estofado de tres lenguas, el catalán, el gallego y el euskera, habladas por millones de ciudadanos españoles, europeos. Tanto el Consejo de Europa como el Comité de las Regiones habían mostrado su apoyo a la solicitud del Gobierno español para que en la Eurocámara se admitiese el uso de estos idiomas en las comunicaciones escritas con los ciudadanos. El propio Estado español se ofrecía a sufragar los mínimos costes de esta ampliación de derechos. Costes que en realidad son una inversión. España tiene esa suerte, esa riqueza. Además de la fortaleza internacional del castellano, contar con tres idiomas más. Uno de ellos, el gallego, nos permite comunicarnos con los países de habla portuguesa como Brasil. Pero no ha podido ser. El Partido Popular Europeo, con el voto decisivo de un eurodiputado de la derecha española, ha rechazado ese reconocimiento de un derecho que satisfacía a millones de ciudadanos y no perjudicaba a nadie. En el tiempo que dura escuchar las nuevas canciones de Serrat, esa maravillosa Cremant núvols (Quemando nubes), esa conmovedora Plou al cor (Llueve en el corazón), estos personajes conservadores se han comido tres lenguas centenarias. Extraña forma de conservar, la de la ablación de las lenguas. Frente a la manía de confundirlos con nacionalismos, los idiomas no pertenecen a ideologías. Son de la gente. Sobre todo, de la gente que canta. Gracias, Serrat, por la felicidad de expresión.

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