Columna

Planes

Raro esto del correo electrónico. Las antiguas relaciones epistolares han vuelto pero con una inmediatez que provoca confesiones inesperadas. Nunca hemos escrito tantas cartas. Tiene uno la sensación de mantener una correspondencia flaubertiana con todo ese tiempo que a diario ha de dedicarse a contestar a los que demandan contestaciones rápidas. Sólo es un botón. No es necesario emprender el antiguo camino hacia el buzón en el que uno podía dudar, arrepentirse y echar la carta a la papelera sintiendo el alivio de haber frenado un impulso que podría arruinarnos la vida. Vuelven las amistades ú...

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Raro esto del correo electrónico. Las antiguas relaciones epistolares han vuelto pero con una inmediatez que provoca confesiones inesperadas. Nunca hemos escrito tantas cartas. Tiene uno la sensación de mantener una correspondencia flaubertiana con todo ese tiempo que a diario ha de dedicarse a contestar a los que demandan contestaciones rápidas. Sólo es un botón. No es necesario emprender el antiguo camino hacia el buzón en el que uno podía dudar, arrepentirse y echar la carta a la papelera sintiendo el alivio de haber frenado un impulso que podría arruinarnos la vida. Vuelven las amistades únicamente epistolares pero de otra manera. No son menos intensas que aquellas en las que con la sola calidez y el dibujo de la letra podía mantenerse una amistad separada por un océano. Ahora la intensidad se basa en lo inmediato. Los secretos ciberespaciales se intercambian más fluidamente libres del pudor que provoca la presencia. Un pequeño cliqueo al ratón es suficiente para confesar el deseo que surgió en ese preciso instante o la reacción a algo que acabas de leer. El coraje, la pena, la risa, la transmisión inmediata de tus emociones. Raro este mundo en el que acabas abriendo tu corazón a quien nunca has visto o con el que apenas te has cruzado dos veces. Su nombre aparece en el buzón de entrada aliviando soledades ideológicas, morales. Te cuenta impresiones sobre tu país, le cuentas de tu nueva vida, aunque apenas conociera tu vida vieja. Poco a poco los mensajes tejen una red de complicidad más profunda que la que mantienes con algunas amistades de siempre. Ocurre algunas veces que el mensaje se queda atascado en su viaje cibernético, se demora misteriosamente en el espacio y llega cuando ya no lo esperabas. Hoy al abrir mi buzón como cada mañana he encontrado un mensaje del periodista Félix Bayón fallecido hace unos días. Al ser un mensaje electrónico la sensación pavorosa es de que te lo acaban de mandar. Casi temblando, como si estuviera ante la presencia de un fantasma, leo esas palabras que parecen venir del otro mundo: "Te cambio un tour por el New Jersey de Los Soprano por uno marbellí". Fue escrito momentos antes del que sería su último paseo y revela la esencia del hombre vitalista: a pesar de los infortunios de la salud el hombre alegre no se rinde, siempre anda haciendo planes.

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