Reportaje:TRAS EL ALTO EL FUEGO DE ETA

Lecciones del Ulster

ETA se mira en el espejo del IRA y en un proceso de paz que ha cambiado Irlanda del Norte

Para avanzar en un proceso de paz, a veces es más importante actuar con sabiduría que con justicia".

Estas palabras las pronunció el siempre lapidario premio Nobel surafricano Desmond Tutu, uno de los artífices del proceso de paz más exitoso del medio centenar que se han emprendido en el mundo desde el final de la guerra fría. El proceso surafricano sirvió de modelo para el norirlandés, que a su vez ha sido identificado tanto por el Gobierno español como por el entorno de ETA como el ejemplo a seguir para buscar una solución dialogada al conflicto en el País Vasco.

Y aunque es ob...

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Para avanzar en un proceso de paz, a veces es más importante actuar con sabiduría que con justicia".

Estas palabras las pronunció el siempre lapidario premio Nobel surafricano Desmond Tutu, uno de los artífices del proceso de paz más exitoso del medio centenar que se han emprendido en el mundo desde el final de la guerra fría. El proceso surafricano sirvió de modelo para el norirlandés, que a su vez ha sido identificado tanto por el Gobierno español como por el entorno de ETA como el ejemplo a seguir para buscar una solución dialogada al conflicto en el País Vasco.

Y aunque es obvio que existen diferencias grandes entres las circunstancias políticas del País Vasco e Irlanda del Norte ("el IRA hubiera dado su brazo derecho, y el izquierdo, por poder gozar del grado de autonomía que ya tiene el País Vasco", dijo esta semana un mediador del conflicto irlandés), también es verdad que en los procesos de paz cuyo fin es resolver conflictos internos todos tienen elementos claves en común. Uno se contiene en la reflexión que hace Tutu cuando distingue entre la sabiduría y la justicia: una logra soluciones, la otra -la obstinación de cualquiera de las partes de alcanzar su idea de resultado óptimo- conduce al fracaso.

Todo desembocó en Irlanda del Norte, como probablemente ocurra en el País Vasco, en el problema de la liberación de los presos
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EL PAÍS ha hablado para este reportaje con expertos en resolución de conflictos de tres continentes, Europa, África y América. Todos ellos gente que ha participado, de manera discreta pero imprescindible, como mediadores internacionales en procesos de paz. Como dice uno de Europa: "Todos los conflictos tienen sus peculiaridades, pero lo que ha sido verdad siempre y en cualquier parte, lo que se puede afirmar con la certeza de una formula matemática, es que cuando se ha insistido en buscar soluciones perfectas no se ha logrado la paz. En esos casos se da más guerra, más muertos".

El proceso de paz en Irlanda del Norte ha funcionado esencialmente porque ambos bandos se movieron de las posiciones donde empezaron: en el caso del Gobierno británico, que el IRA era una banda criminal, no política; en el caso del IRA, que no abandonaría la violencia hasta que los británicos abandonaran suelo irlandés.

Liberar a los presos

Tony Blair tomó la decisión extraordinariamente complicada de liberar a centenares de prisioneros del IRA, gente que había colocado bombas en pubs ingleses, o había asesinado a soldados, o había participado en el atentado fallido contra Margaret Thatcher y el no fallido contra el primo de la reina, lord Mountbatten. Al iniciar el diálogo, Blair dio el difícil paso de reconocer que el conflicto era político, lo cual significó que llegó a aceptar, de manera implícita, que los encarcelados del IRA eran prisioneros políticos.

Por su parte, el IRA, cuyos negociadores han mantenido conversaciones permanentes a lo largo de los últimos años con representantes de ETA o Batasuna, hizo concesiones enormes respecto a sus grandes reivindicaciones históricas. La organización terrorista católica ha entregado sus armas tras aceptar un acuerdo basado en compartir el poder con los protestantes sin lograr un compromiso escrito, o siquiera en principio, para acabar con la soberanía británica sobre el territorio norirlandés. Puede ser que un día los británicos se vayan e Irlanda se unifique. Puede que no. Pero eso ya no genera terror y muerte.

"La percepción clave de Blair", dijo uno de los expertos, "como la de todos los gobernantes que se embarcan en un proceso de diálogo con un enemigo interno armado, fue entender que no iba a haber una solución militar; que no iba a haber ni ganador ni perdedor, y esto, para un país democrático, significaba perder, porque el terrorismo continúa". Gerry Adams, líder del brazo político del IRA, el Sinn Fein, dijo lo mismo en una entrevista con este periódico el año pasado, pero refiriéndose al caso vasco: "Estoy convencido de que el conflicto sólo puede resolverse verdaderamente si se alcanza un acuerdo mediante negociaciones. La idea de que se puede resolver un conflicto derrotando al otro bando no funciona cuando estamos hablando de la autodeterminación y asuntos de ese tipo. En otro tipo de situación, se puede vencer al adversario; pero, en conflictos como el de ahora, el adversario no desaparece".

Adams es el primero en reconocer que otro elemento que tienen en común todos los procesos de paz exitosos es la confianza mutua: la precondición indispensable para poder iniciar una negociación, mucho menos pactar. Tanto en el caso de Irlanda como en el de Suráfrica, las comunicaciones secretas, previas al comienzo de un diálogo formal, tuvieron, en este aspecto, un papel decisivo. Los primeros contactos entre el IRA y el Gobierno británico ocurrieron cuando Margaret Thatcher estaba en el poder, en los años ochenta. Martin McGuinness, con Gerry Adams el líder más influyente del IRA, mantuvo reuniones clandestinas con integrantes de los servicios secretos británicos una década antes del Acuerdo de Viernes Santo de 1998. En el caso del proceso surafricano, que elementos importantes de ETA y Batasuna han estudiado de cerca los últimos dos años (según ha comprobado EL PAÍS), Nelson Mandela conversó en secreto con el jefe del espionaje del apartheid durante tres años, antes incluso de ser liberado de la cárcel.

En ambos casos la pregunta que ambos lados querían contestar, especialmente los respectivos Gobiernos, era si estos "terroristas" eran gente con la que se podía tratar a nivel político. Si era gente seria con la que se podría concebir la idea de firmar un acuerdo de paz duradero. Si era gente en cuya palabra se podría llegar a confiar.

Esto, a su vez, lleva a otro elemento que todas las negociaciones de este tipo tienen en común. Una paradoja, que si el diálogo avanza bien, siempre surge. "Se llega a un punto", explicó un veterano mediador, "en el que es más difícil convencer a tu propia gente de que la posición que has adoptado es la correcta que al rival". Gerry Adams opina lo mismo: "Es un principio básico: el grupo de gente con el que es más difícil tratar durante un proceso de negociación es la base propia, los tuyos. Ocurre con todos, tanto los Gobiernos como otros grupos políticos. Por eso, cuando se emprenden o se proyectan ciertas iniciativas, los activistas más próximos pueden acabar completamente furiosos. Lo importante es que, si no se mantiene a los activistas -de todos los bandos- implicados en el proceso, éste sale perjudicado".

El problema surge precisamente debido a la confianza mutua que logran los interlocutores a lo largo de meses o años de dialogar a través de una mesa; incluso de llegar hasta el extremo de tomarse cafés o cervezas juntos. La distancia que han recorrido para acercar posiciones no se refleja en la distancia que sigue separando a los activistas de ambos lados, ni siquiera a la población general. Tony Blair llegó a respetar a Gerry Adams, y Adams a Blair, mucho antes de que cualquiera de los dos pudiera confesarlo públicamente. De saberlo, sus respectivos bandos hubieran estado escandalizados. Tras décadas de convencerse de la maldad intrínseca del enemigo, ni por un lado los católicos que apoyaban a Adams, ni por otro los que integraban el lado británico estaban preparados para digerir semejantes herejías. "Pero es absolutamente indispensable que no se abra una brecha entre los negociadores y el público que representan", como dijo un mediador surafricano que ha trabajo en Irlanda. "Porque, si no, los acuerdos logrados pierden credibilidad, y, en el mundo real, resulta imposible ponerlos en marcha".

Superar el pasado

Lo más difícil de vender, y ésta es otra constante en los procesos de paz, es todo lo que tiene que ver con los crímenes del pasado. "En los casi 20 años que se han estado llevando a cabo estos intentos de solución negociada a conflictos internos, lo más complicado, lo más ambiguo, lo más complejo es qué hacer con las atrocidades que se han cometido en nombre de la causa, cómo satisfacer el hambre de justicia de las familias de las víctimas", señaló un mediador profesional con una amplia experiencia en América Latina. Es un tema que, en cierto modo, nunca se acaba de resolver. La muerte de Milosevic ha vuelto a calentar el debate en la antigua Yugoslavia sobre las violaciones de los derechos humanos del antiguo Gobierno serbio. En Chile no se acaba de extinguir el debate sobre qué hacer con Augusto Pinochet. Y en Irlanda del Norte, hoy, ocho años después del Acuerdo de Viernes Santo, lo que sigue despertando la rabia de la gente es saber que los asesinos siguen sueltos, sin recibir el castigo que sus crímenes merecen.

"No existe ninguna salida fácil a este problema", dice el mediador experto en América Latina. "No hay solución que satisfaga a todas las partes, en la que se demuestre una justicia perfecta y en la que mucha gente no sólo se quede con una profunda sensación de agravio, sino que sienta que han abusado de ellos. Pero se hace, se busca una solución, para traer la paz, para que no haya nuevas víctimas".

Todo desembocó en Irlanda del Norte, como seguramente ocurrirá en el País Vasco, en el tema de los presos. Uno de los casos más controvertidos fue el de Sean Kelly, militante del IRA que colocó una bomba en una pescadería de Belfast. Mató, de manera absolutamente indiscriminada, a diez protestantes, entre ellos a la mujer y el suegro de Alan McBride. Éste dedicó los tres años siguientes de su vida a perseguir a Adams por todo el mundo, literalmente. Pero especialmente en EE UU, donde Adams iba a recaudar fondos para el Sinn Fein. Siempre en los momentos más inoportunos aparecía McBride, gritando, pidiendo a Adams que explicara por qué había muerto su esposa.

Hoy, McBride ha cambiado radicalmente de actitud. El mes pasado dio una conferencia en un evento anual celebrado en Londonderry para conmemorar la atrocidad más grande cometida contra los católicos por parte de las fuerzas de seguridad británicas, la masacre conocida como Domingo Sangriento. McBride explicó en su discurso cómo fue que, a pesar de no haber perdonado a Kelly, cambió de actitud frente a la necesidad de hacer la paz con los católicos. Todo cambió el día en que viajó a una conferencia en Escocia en la que se encontró con un militante del IRA, un ex prisionero. Los dos fueron a un pub y allá el hombre del IRA le dijo, sencillamente, que sentía mucho lo que había pasado. Eso, explicó McBride, lo cambió todo. Desde ese día experimentó un cambio y hoy a lo que se dedica es a completar un doctorado en la Universidad de Queen's sobre "la reconciliación".

Lo que demuestra el caso de McBride es el valor de los contactos personales entre antiguos enemigos para dirimir tensiones, y el valor también de pedir perdón. En parte porque la experiencia de McBride fue tan inusual, son pocos los familiares de las víctimas de Irlanda del Norte que han demostrado esa generosidad tan fuera de lo común. Todavía hay muchos protestantes en Belfast que, aunque no hayan sufrido las consecuencias de la violencia del IRA en carne propia, odian a Sean Kelly mucho más que McBride.

El corazón y la lógica

Es un tema complejo y difícil ante todo porque opera en el terreno del corazón, más que en el de la lógica. Pero, ¿qué se ha hecho en otros procesos de paz para que el problema sea menos insuperable?

Se puede crear una comisión de verdad y reconciliación, como la que presidió Tutu en Suráfrica, en la que -a cambio de una amnistía- los asesinos confiesan sus crímenes ante las víctimas, y en algunos casos piden perdón. Se puede construir un monumento para recordar a las víctimas. El Estado puede aportar dinero para las víctimas, tanto para ayuda material como social y psicológica. Y, en el caso concreto de la liberación de los presos, se le puede extraer un cierto grado de acidez al tema asignando a un extranjero la complicada tarea de decidir qué prisionero debe ser liberado y cuándo. En el caso de Irlanda del Norte, el presidente de la comisión para la revisión de sentencias fue un abogado surafricano.

Otro tema muy relacionado con los crímenes del pasado que se presenta siempre como un obstáculo difícil en el camino hacia una paz negociada es el de la entrega de armas por los grupos subversivos. Si, en el caso concreto de Irlanda, la liberación de los prisioneros fue un trago amargo para las víctimas del IRA, casi igual de duro resultó para el IRA el llamado proceso de decomisión. Por dos razones. Una, que las armas son (aunque no se utilicen) un instrumento de persuasión política; dos, que un terrorista, o un guerrillero, o cualquiera que se ha acostumbrado a llevar un arma encima durante años, se crea una dependencia psicológica difícil de superar.

Ante la dificultad de resolver este problema de manera equitativa y creíble, lo que se hizo en Irlanda del Norte fue designar a un general canadiense en el que ambos bandos confiaban para asumir el mando de la comisión creada para supervisar la entrega de armas.

Blair, cuya valentía política en Irlanda del Norte será vista casi seguro como el gran legado de sus años en el poder, reconoció que en este conflicto no iba a ser posible un acuerdo sin la ayuda de mediadores extranjeros capaces de tener credibilidad entre todas las partes. Que, como en un matrimonio difícil, se necesita la ayuda de un psicólogo, o de un asesor externo de algún tipo, para poder dialogar sin gritos. El pragmatismo político de Blair venció al orgullo nacionalista y llegó al extremo de nombrar al senador norteamericano George Mitchell para actuar de moderador en la mesa de partidos donde, tras tortuosas negociaciones, se forjaron los acuerdos en los que se basa la paz que todavía hoy reina en Irlanda del Norte. Muchos en Gran Bretaña se opusieron a una participación extranjera tan visible en un proceso -diga lo que diga el IRA, británico-, pero ésta fue una de las muchas concesiones, pequeñas y grandes, que ofreció Blair para obtener una solución duradera al conflicto.

Como dijo un asesor de Blair en los tiempos en que se negoció el Acuerdo de Viernes Santo, "la gran pregunta es: ¿qué precio está uno dispuesto a pagar para conseguir la paz?". La respuesta, como Blair bien supo, fue que uno pagaría un precio muy alto, el de sacrificar nociones muy arraigadas que uno tiene de la moralidad y la justicia. Los franceses dicen que lo mejor es enemigo de lo bueno. Eso es lo que quiso decir el arzobispo Tutu cuando hizo aquella distinción entre lo sabio y lo justo. Eso es lo que demuestra la experiencia de Irlanda del Norte. Que la solución perfecta no existe. Para que todos ganen, todos tienen que perder.

Un muro de Belfast con leyendas alusivas a ETA y a un preso del IRA para el que se pide un estatus político.EFE
Otegi con el líder del Sinn Fein, Gerry Adams, en Vitoria el año pasado.PRADIP J. PHANSE
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