LA NUESTRA

Maldita la gracia

La reforma de la televisión pública llega envuelta en el mismo maniqueísmo que se ha adueñado de la discusión sobre cualquier asunto de la vida del país. La posición más clara es la de la ortodoxia liberal, que sólo ahora, y por primera vez, opta abiertamente por una liquidación de los medios de comunicación pública; dada la consistencia del respeto por las libertades que en España atesora dicha ortodoxia, haremos bien en tomar la suya como una propuesta puramente oportunista. La otra postura es la de los trabajadores que no pueden aceptar que el remedio del escandaloso déficit de todas las te...

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La reforma de la televisión pública llega envuelta en el mismo maniqueísmo que se ha adueñado de la discusión sobre cualquier asunto de la vida del país. La posición más clara es la de la ortodoxia liberal, que sólo ahora, y por primera vez, opta abiertamente por una liquidación de los medios de comunicación pública; dada la consistencia del respeto por las libertades que en España atesora dicha ortodoxia, haremos bien en tomar la suya como una propuesta puramente oportunista. La otra postura es la de los trabajadores que no pueden aceptar que el remedio del escandaloso déficit de todas las televisiones públicas se quede en un reajuste de plantilla que nunca llega a los despachos más altos o a los nada escasos despachos de fuera, los de las empresas crecidas a la sombra de los entes públicos y tan dependientes de ellos como un lactante de su madre. El maniqueísmo sirve para quitar de en medio la complejidad de la trama de intereses que inevitablemente hay detrás, debajo o por encima de cada postura. Por eso no es posible liquidar el tema en un solo debate. Pero podemos ir avanzando. Por ejemplo: tengo la impresión de que hay una tendencia casi inconsciente a confundir lo que podría ser una televisión de servicio público con una televisión insoportablemente aburrida. Cosas tan elementales como la información clara y contrastada, la difusión de la cultura en términos ni populistas ni mercantilistas, el entretenimiento que no echa mano de lo soez y lo bajuno, tienen vedado el acceso a la audiencia. Es más: la mayor perversión de la televisión pública ha sido la opción por competir con las privadas en su propio terreno. Y el entretenimiento, que también debiera entenderse como una parte del servicio público, se ha acabado por igualar a la baja: lo entretenido es lo que traspasa ciertos límites que nadie se atrevería a romper en público.

Vean si no el programa de Canal Sur Hagamos el humor, un concurso de gente que cuenta chistes. Esta semana lo he visto dos veces. El sábado al mediodía repitieron una semifinal. Y el domingo, de noche, dieron una nueva fase. En las dos ocasiones los chistes pasaron con creces los límites de lo que una persona con una educación decente se atrevería a contar más allá del ámbito de una reunión reservada. No faltaron los chistes sobre mariquitas, cojos y gangosos, ninguno de ellos reproducible, excepción hecha de Canal Sur, que con una mano quita lo que da con la otra: el respeto más elemental a cualquier persona o colectivo que inspira otros programas de la cadena, como Frontera social o Solidarios. La cima se alcanzó con el chiste ganador, acerca del olor de imaginen qué parte del cuerpo femenino. Y Canal Sur premió con dinero al sujeto que lo contó.

Este programa de la noche del domingo día 12 se vio el sábado 18 por la mañana en un horario en el que su presencia es sencillamente intolerable. ¿Comprenderá Canal Sur que un día nos falte el ánimo para defender la existencia de una televisión pública andaluza?

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