"¡Esto es una payasada! Yo quiero irme"

Expulsado de su juicio un acusado de matar a su ex novia de 75 puñaladas

"Esto es una payasada. Yo quiero irme. Déjeme abandonar la sala, por favor". Esas fueron las palabras que pronunció ayer en la Audiencia de Barcelona un hombre acusado de asestar 75 puñaladas a su ex novia. Tanto insistió y vociferó que acabó expulsado de la sala tras encararse con la juez que presidía el tribunal, María José Magaldi, quien no consiguió hacerle callar ni entrar en razón.

Esposado por detrás y sujetado por los dos mossos d'esquadra que le custodian, Eduardo José de Mello Brazao Carvalho le espetó a la juez que no tenía nada que declarar cuando le colocaron frente ...

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"Esto es una payasada. Yo quiero irme. Déjeme abandonar la sala, por favor". Esas fueron las palabras que pronunció ayer en la Audiencia de Barcelona un hombre acusado de asestar 75 puñaladas a su ex novia. Tanto insistió y vociferó que acabó expulsado de la sala tras encararse con la juez que presidía el tribunal, María José Magaldi, quien no consiguió hacerle callar ni entrar en razón.

Esposado por detrás y sujetado por los dos mossos d'esquadra que le custodian, Eduardo José de Mello Brazao Carvalho le espetó a la juez que no tenía nada que declarar cuando le colocaron frente al micrófono. "La ley le permite no declarar", le replicó la magistrada. "¡Esto es una payasada! Déjeme abandonar la sala", le respondió.

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"¡Cállese!", replicó Magaldi. "¡No pienso callarme! Yo lo que quiero es irme. Déjeme abandonar la sala, por favor", respondió el acusado. "Lo que ha declarado hasta ahora no vale. Yo no le juzgo, le juzgan estas personas", terció de nuevo la magistrada mirando a los miembros del jurado". "¡Ya le he dicho que no tengo nada que declarar. Lo que tenía que decir, ya lo dije", insistió de nuevo el acusado.

La juez intentó otra vez que el corpulento hombre dijese taxativamente que se negaba a declarar, pero como no pudo, ordenó a los mossos que se llevasen al acusado. Y el juicio continuó.Nada más iniciarse el juicio ya se produjo el primer inicidente verbal con el acusado, pero nada hacía presagiar el final posterior. Ocurrió cuando la fiscal se dirigía a los miembros del jurado y el hombre la interrumpió a gritos ininteligibles en portugués. La juez le pidió silencio, pero no como no calló, ordenó a los dos mossos d'esquadra que se lo llevaran. El juicio siguió con los alegatos de la acusación particular y de la defensa, que aseguró al jurado que los hechos que se estaban ventilando en la sala de vistas fueron una "pelea con trágico final". El letrado tiró de manual para un caso complicado como ése y aludió a la presunción de inocencia y a varios derechos constitucionales.

Acabada esa fase, la juez instó a la defensa a que hablase con su cliente para calmarlo antes de regresar a la sala de vistas y que se iniciase su declaración. No hubo diálogo, porque el abogado volvió a los pocos segundos. A continuación entró el acusado y se produjo el enfrentamiento verbal con la juez, ante las caras atónitas del jurado y el deleite de los cámaras de televisión. Uno de ellos había recibido minutos antes una patada del acusado.

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Las expulsiones de una sala de vistas de personas a las que se está juzgando son poco frecuentes en los tribunales españoles, a excepción de las vistas contra presuntos etarras que se celebran en la Audiencia Nacional y en las que sí se produce esta medida de vez en cuando por el comportamiento desconsiderado de los acusados con el tribunal o con los testigos.

La ley permite que el juicio pueda celebrarse sin la presencia del acusado, salvo en dos momentos. Uno, el que se produjo ayer, cuando el acusado, tiene derecho a no declarar, pero lo ha de manifestar ante el tribunal, sea profesional o popular. El segundo momento es al acabar el juicio, cuando tiene derecho a la última palabra. Eduardo José De Mello Brazao volverá hoy ante el tribunal, para, si se comporta correctamente, escuchar la declaración de los policías y vecinos sobre lo ocurrido el 13 de agosto de 2003, cuando estaba en su domicilio de la calle de Anoia de Barcelona con la que había sido su novia, Rosenda Soler Ribas.

Según el relato de la fiscal, el hombre aprovechó su mayor envergadura y el hecho de que estaban solos en la casa y le asestó 75 puñaladas con una espada catana japonesa con un hoja de 68 centímetros y un puñal de 11.

Dice la fiscal en su escrito de acusación que algunas de las puñaladas fueron mortales de necesidad, pero que otras sólo pretendías aumentar deliberadamente el sufrimiento de la víctima. Es lo que en términos jurídicos se conoce como ensañamiento. Fruto del brutal crimen, la mujer sufrió perforación del pulmón, del intestino grueso, del riñón y el hígado, así como sección de la tráquea y de la carótida derecha. Posteriormente, el hombre acudió al juzgado de guardia, explicó que había matado a su novia y dijo a la policía dónde estaba el cadáver. Ese cálido día 13 de agosto de 2003, se produjo un trágico incendio en Cataluña y este crimen apenas ocupó unas líneas en algún diario.

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