Columna

Cuchilladas

El martes pasado, 29 de noviembre, después de atravesar toda Barcelona, a la hora convenida me presenté en los estudios de TV3, en Esplugues, para ser entrevistado en el programa que dirige Josep Cuní. Una chica de producción me llevó a maquillaje para ser convenientemente restaurado y a continuación me hizo pasar a una sala de espera donde había café, refrescos y un monitor en cuya pantalla aparecía el presentador departiendo con dos invitadas. Eran las once y media de la mañana. Metido en el trabajo de promocionar el último libro yo iba a hablar de literatura, de fantasmas, de sueños, de pal...

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El martes pasado, 29 de noviembre, después de atravesar toda Barcelona, a la hora convenida me presenté en los estudios de TV3, en Esplugues, para ser entrevistado en el programa que dirige Josep Cuní. Una chica de producción me llevó a maquillaje para ser convenientemente restaurado y a continuación me hizo pasar a una sala de espera donde había café, refrescos y un monitor en cuya pantalla aparecía el presentador departiendo con dos invitadas. Eran las once y media de la mañana. Metido en el trabajo de promocionar el último libro yo iba a hablar de literatura, de fantasmas, de sueños, de palabras que se lleva el viento, pero en ese momento la realidad pura y dura penetró a machete en el televisor y el mundo de la ficción, incluyendome yo mismo con el rostro pintado, quedó reducido a la nada. Dos atracadores acababan de acuchillar alevosamente a los dueños de una pequeña joyería de Castelldefels y el presentador excitado por aquella crueldad comenzó a dar la noticia en directo como quien sirve al público una tarta de sangre. En pantalla aparecieron las camillas que contenían los cadáveres aun calientes acompañados por los comentarios de los vecinos que glosaban las cuchilladas ante las cámaras con todo detalle, una en el corazón, otra en la yugular, la tercera en el hígado, todas expeditivas. Las imágenes parecían más vivas cuanto más se ceñían a la muerte real y ante esta terrible evidencia tuve la sensación de que la literatura sólo era una vejiga de pato. Comencé sentirme ridículo con cara embadurnada. Por fortuna la chica de producción vino a la sala de espera a decirme que mi intervención había sido suspendida. Frente a cualquier ficción los asesinos de carne y hueso siempre se abren paso, pensé, y puesto que la mañana se había adentrado en cuchilladas, crucé de nuevo Barcelona y me fui a ver la exposición de Caravaggio, en el Museu Nacional d?Art de Catalunya. Allí la belleza también sangraba : Salomé exhibía la cabeza del Bautista en una bandeja, David degollaba a Goliat. La escuela realista de este pintor llenaba varias salas con cuadros ensangrentados y otras carnicerías; el propio Caravaggio fue un asesino, pero en los óleos sus cuchillos eran sólo pinceladas que extraían todo su fulgor de la estética. El verdadero realismo no se hallaba en la pintura de Caravaggio, repleta de crímenes convertidos en obras de arte, sino en la matanza de la joyería de Castelldefels, porque allí lo mismo la sangre que los machetes eran auténticos.

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