Columna

San Turrón

Ya están aquí. Llegaron ya las bombillas navideñas, celestinas del consumo a lo bestia, de la burra cargada de cachalotes, de felicidad fingida y abrazos traperos entre individuos que se odian de corazón. Al margen (y a pesar) de su entrañable origen religioso, la Navidad es una fiesta obscena, pagana. Obscena, por la exhibición impúdica de alegrías fingidas y parabienes canallas. Pagana, porque sale muy cara y sólo la disfrutan quienes pueden pagar o endeudarse; los demás, ajo y agua. Hay mucha gente aquí, a nuestro lado, que ni siquiera tiene con quién compartir la nada. Esa gente observa co...

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Ya están aquí. Llegaron ya las bombillas navideñas, celestinas del consumo a lo bestia, de la burra cargada de cachalotes, de felicidad fingida y abrazos traperos entre individuos que se odian de corazón. Al margen (y a pesar) de su entrañable origen religioso, la Navidad es una fiesta obscena, pagana. Obscena, por la exhibición impúdica de alegrías fingidas y parabienes canallas. Pagana, porque sale muy cara y sólo la disfrutan quienes pueden pagar o endeudarse; los demás, ajo y agua. Hay mucha gente aquí, a nuestro lado, que ni siquiera tiene con quién compartir la nada. Esa gente observa con melancolía el espectáculo soez de la opulencia. Y, encima, bombillitas incitando al dispendio con un mes de antelación. Si esto es el portal de Belén, que venga Dios y lo vea.

Entre los variopintos personajes navideños que nos acosan, destaca por su jeta San Turrón, un tipo duro que se pone blando en estas fechas para disimular su aviesa catadura. El turrón (de Jijona, por ejemplo) tiene su punto, sin duda, pero San Turrón es detestable. Carece de moral y es un mangante, un capo de andar por casa, envidioso, comadre, cicatero, miserable, ruin, sobón, meapilas, correveidile, hipócrita, avaro, ignorante, siniestro y, en fin, rastrero. También tiene algún defectillo: el bisoñé y los trucos alquímicos para no comprometerse jamás ni hablar del peluquín. Bueno, pues este tipo ejemplar se pone tierno en diciembre y va por ahí escupiendo felicidades a quien se le ponga por delante, incluidos los chuchos callejeros, que huyen de estampida cuando lo divisan (los perros son muy listos).

Ella imploró con lágrimas en los ojos: "¡Oh, San Turrón, patrono de los fariseos, no nos dejes caer en la tentación de romperte las piernas! Déjanos en paz y concédenos facilidades, que las felicidades las buscamos nosotros a nuestro aire. Atiende mis súplicas porque de lo contrario me paso al bando de San Polvorón, que tiene su miga (sólo de pensarlo se me hace la boca agua). En cuanto a las bombillas, ya arreglaré las cuentas con ellas si me viene una idea y se hace luz en mi mente pecadora".

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