Editorial:

Violencia en París

La noche más violenta en una semana en varios suburbios parisienses habitados por minorías norteafricanas y negras -incendios, disparos a policías y bomberos- confirma la tardanza y el oportunismo con que el Gobierno ha abordado una situación circunstancial que ha acabado transformándose en seria crisis política. El presidente Chirac ha dejado pasar el tiempo sin pronunciarse y su primer ministro sólo lo ha hecho después de cinco días en los que el responsable de Interior ha atizado el fuego con su política de mano dura sin matices.

Disturbios de características similares ocurren en otr...

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La noche más violenta en una semana en varios suburbios parisienses habitados por minorías norteafricanas y negras -incendios, disparos a policías y bomberos- confirma la tardanza y el oportunismo con que el Gobierno ha abordado una situación circunstancial que ha acabado transformándose en seria crisis política. El presidente Chirac ha dejado pasar el tiempo sin pronunciarse y su primer ministro sólo lo ha hecho después de cinco días en los que el responsable de Interior ha atizado el fuego con su política de mano dura sin matices.

Disturbios de características similares ocurren en otros países europeos con fuerte presión inmigratoria, desde Reino Unido a Alemania, pasando por Holanda o incipientemente España. Y tienen carácter recurrente en Francia, que proclama orgullosamente un ideal de igualdad, pero aparca a los proscritos en guetos fuera de la vista de la mayoría. Los protagonistas de esta revuelta creciente -iniciada con la muerte accidental de dos adolescentes- son jóvenes, inmigrantes de segunda generación, que sienten poco apego por un país donde carecen de oportunidades dignas de tal nombre. Las raíces hay que buscarlas 30 o 40 años atrás, con la llegada masiva de inmigrantes africanos y el crecimiento de deprimentes aglomeraciones en las afueras de las grandes ciudades. Estos suburbios son ahora guetos étnicos, en los que la policía raramente se aventura y donde se vive casi al margen de la ley.

Casi todo en Francia está hoy contaminado por las presidenciales de 2007, y la respuesta a la violencia suburbial parisiense no es una excepción. Las discrepancias y la abierta rivalidad entre el ministro del Interior y el jefe del Gobierno, aspirantes ambos de la derecha a la jefatura del Estado, se han trasladado al manejo de la crisis. Sarkozy habla de firmeza y justicia, pero exhibe sólo contundencia policial y estigmatiza a los insurrectos como "escoria" y "matones". De Villepin ha roto su ominoso silencio para señalar que no hay soluciones milagrosas a la situación de los suburbios y anunciar un enésimo plan para combatir su marginación.

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Pero en el mejor de los casos, los programas sociales son un parche y la policía por sí sola nunca resolverá el conflicto de integración que subyace en los enfrentamientos. La discriminación institucionalizada es la cuestión. La falta de oportunidades económicas reales es el caldo de cultivo de la violencia suburbana disparada en París.

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