Columna

Recontrainteligencia

En las últimas décadas del pasado milenio, algunos espías españoles, bravos muchachos de la élite del CESID, Centro de Estudios Superiores de Inteligencia de la Defensa (sic), alcanzaron cierto renombre internacional, nada comparable, por supuesto, a la bien merecida fama de la CIA, el MI 5 o el Mosad, pero mucho más personalizada, porque no eran las siglas las publicitadas, sino los nombres auténticos y los apellidos reales de los espías, con todas sus letras y a veces en fotografía, una publicidad no muy inteligente que truncó la carrera profesional de superagentes, agentes y viceagen...

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En las últimas décadas del pasado milenio, algunos espías españoles, bravos muchachos de la élite del CESID, Centro de Estudios Superiores de Inteligencia de la Defensa (sic), alcanzaron cierto renombre internacional, nada comparable, por supuesto, a la bien merecida fama de la CIA, el MI 5 o el Mosad, pero mucho más personalizada, porque no eran las siglas las publicitadas, sino los nombres auténticos y los apellidos reales de los espías, con todas sus letras y a veces en fotografía, una publicidad no muy inteligente que truncó la carrera profesional de superagentes, agentes y viceagentes implicados: a los viceagentes que eran unos mandados, tal vez eventuales subcontratados, supongo que o no les renovaron el contrato o les pasaron a los archivos, pero los peces gordos desfilaron por los tribunales, y algunos fueron condenados o despedidos con una amable patadita en el trasero.

El primero en gozar de los amargos laureles de la fama fue un tal Perote, un espía que se dejó espiar y al que fotografiaron, con algunas subordinadas suyas, en una presunta orgía secreta y bastante cutre, organizada para sobornar o extorsionar a unos colegas rumanos que no debían cobrar a fin de mes desde la caída de Ceausescu. Luego caería el general Manglano, al que acusaron de haber espiado a un partido vasco.

Pero la estrella invitada de nuestra saga nacional fue el escurridizo Francisco Paesa, un diletante que en los ratos libres que le dejaba su apretada agenda de estafador y delincuente financiero colaboraba con los servicios de Inteligencia, Contrainteligencia o Subinteligencia y al que por lo visto le encargaron localizar al prófugo Roldán en Kuala Lumpur y contarle una película de chinos.

La discreción y el secreto parecen imprescindibles cuando se ejerce el oficio de espía, aunque hay singulares y vistosas excepciones, sin ir más lejos, de España y de la II Guerra Mundial, campo de operaciones de la espía que vestía de rojo, Aline Griffith, condesa de Romanones, a la que no le gustaba precisamente pasar inadvertida en las recepciones de la Embajada nazi en Madrid y que tenía la inapropiada costumbre de hablar por los codos después de la segunda copa. A la espía exhibicionista y dicharachera la utilizaban los servicios secretos aliados para difundir falsa información y despistar al enemigo, que sólo cayó una vez en la trampa: cuando la bella Mata-Hari comentó a los nazis que habría un desembarco en Normandía, el Ejército alemán destacado en la zona respiró tranquilo y relajó su vigilancia.

Todo esto viene a cuento de nuestro último cuento de espías, una rocambolesca historia de contrainteligencia en el seno, en la cuna de la inteligencia y de la intelectualidad, la Universidad Complutense de Madrid, cuando era consejero de Educación el magno Villapalos. Según la crónica de sucesos y tribunales, José Antonio E., agente privado de seguridad, procesado por utilizar un falso carné del CNI, la organización sucesora del CESID, ha declarado que realizaba trabajos de contraespionaje que le encargaba y pagaba con dinero público el gerente de la universidad, Dionisio Ramos, que en su día formó parte del primer Gobierno del PP en la Comunidad de Madrid. ¿Sospechaba Dionisio de la existencia de células fundamentalistas en las aulas? ¿Etarras, tal vez? ¿Había ladrones de exámenes? ¿Vendedores de sistemas electrónicos para copiar?

Nada de eso, el agente ful, entre otras misiones imposibles, recibió el encargo de vigilar, seguir y proteger a Tamayo y Sáez, tarea ímproba al tratarse de tránsfugas, expertos fuguistas, agentes dobles y hábiles en el disfraz, hasta el punto que pasaron por socialistas durante mucho tiempo.

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El vigilante asegura que el trabajito se lo encargó Ángel, un guardia civil pluriempleado en el CNI y en la Universidad Complutense que, a juzgar por lo leído estos días, debe de ser un vivero de espías y contraespías: seguro que cuando se les amontona el trabajo contratan becarios.

Sumergido en tan compleja trama, confuso y alarmado, he llegado a comprender los motivos del alcalde Alberto Ruiz-Gallardón para sembrar de cámaras espías la plaza Mayor, que debe de ser otro centro neurálgico del espionaje internacional.

El enemigo está por todas partes.

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