LA REFORMA DEL ESTATUTO CATALÁN

Gotas de liberalismo

El Estatuto catalán es un texto antipático que puede incluso parecer prepotente. Presenta derechos universales casi como si fueran exclusivos, como si en España sólo Cataluña fuera realmente sensible a ellos, y abusa de decir a España cómo tiene que organizarse. Mi condición de catalán me permite sugerir que esta aparente prepotencia es más bien fruto de la timidez y de cierto complejo de inferioridad. En cualquier caso, da al conjunto del Estatuto un envoltorio que no parece el más adecuado para presentarlo a quienes desconfían por principio de cualquier sugerencia que venga de la periferia....

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El Estatuto catalán es un texto antipático que puede incluso parecer prepotente. Presenta derechos universales casi como si fueran exclusivos, como si en España sólo Cataluña fuera realmente sensible a ellos, y abusa de decir a España cómo tiene que organizarse. Mi condición de catalán me permite sugerir que esta aparente prepotencia es más bien fruto de la timidez y de cierto complejo de inferioridad. En cualquier caso, da al conjunto del Estatuto un envoltorio que no parece el más adecuado para presentarlo a quienes desconfían por principio de cualquier sugerencia que venga de la periferia.

El Estatuto es un texto muy manoseado y se nota. Podría decirse que la huella de la dinámica negociadora se palpa. Se percibe perfectamente que manos de cultura y sensibilidad diversa han caído sobre un mismo párrafo, a veces con resultados realmente confusos. Y que se ha tachado, añadido, corregido un montón de veces, no por criterios lingüísticos o jurídicos, sino por transacciones políticas. Ocurre, por ejemplo, en el preámbulo. Donde los peores tópicos del comunitarismo catalán han acabado aterrizando sobre el texto sin haberse llevado por delante -en contradicción con su música general- un par de ideas interesantes que tengo la impresión que han pasado inadvertidas. Son dos señales de corte liberal: el principio de no jerarquización de las identidades y el principio de interdependencia. Dos ideas imputables -que no la totalidad del preámbulo- a Xavier Rubert de Ventós.

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El principio de no jerarquización de las identidades en el Estatuto se enuncia así: "Es libre de verdad un país donde cada uno puede vivir y expresar suficientes identidades diversas, sin ninguna relación de jerarquía o dependencia entre ellas". Es decir, no hay identidad primordial ni superior. Cada cual dispone con ellas como su libertad le da a entender. Nadie, por tanto, puede poner su identidad catalana o española o magrebí o lusitana como valedora de preeminencia o privilegio alguno. De lo cual me parece lógico que no hayan querido enterarse los que pretenden que la identidad catalana debe supeditarse a la española y me parece lógico también que procuren que pase inadvertido los que creen que la identidad catalana es condición para la plena ciudadanía en Cataluña, pero resulta más sorprendente que no hayan reparado en ello liberales de derechas o de izquierdas que, aunque España sea un país de comunitaristas, también deben existir. Porque afirmar que "la libertad política que consigamos como país nunca debe ir en contra de las libertades individuales de los ciudadanos de Cataluña", puede sonar a confusa mezcla de derechos colectivos y derechos individuales. Pero queda muy clarificada cuando se enuncia a continuación el principio de no jerarquización de las identidades. Lo cual desautoriza a los que sólo ven colonización de los espíritus, intervencionismo y cerrazón en el Estatuto catalán.

No es un texto legal, sin duda, el lugar adecuado para los sueños. Pero cuanto más insegura se siente una identidad más necesidad tiene de exhibir banderas y hacer sonar himnos. La colocación de la monumental bandera española de la plaza de Colón no fue una demostración de fuerza sino de debilidad. No es extraño entonces que el Estatuto catalán abuse de ruido simbólico. Pero si el sueño de Cataluña es no tener "ningún tipo de obstáculos a la libre y plena interdependencia que una nación necesita hoy" habrá que pensar que el sentido común tiene gran influencia sobre el inconsciente catalán. Porque la interdependencia es el reconocimiento de que la independencia ya no es lo que era. Y que en un tiempo en que los espacios políticos no se corresponden forzosamente con espacios territoriales, toda sociedad es compleja, territorio de imaginarios de procedencias muy diversas, y toda comunidad está forzosamente entrelazada con otras, sin que las soberanías impenetrables tengan ya sentido alguno. Estas ideas están en el Estatut. Merece la pena fijarse en todo: lo que responde al cliché del que lo lee y lo que no. Aunque, ciertamente, la suma de todo lo que en el texto aparece provoque cierta confusión.

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