Columna

Camaleón

Muchos expendedores de cañas son espías a sueldo de potencias estrafalarias. Algunos tienen ribetes de sabio, pero son especie en extinción. Hay cierto camarero en Madrid que no se sabe bien si es espía, sabio, burlador, extraterrestre o desalmado. Se llama Alberto (o eso dice él) y trabaja desde hace nueve años en una cervecería de Prosperidad. Jamás se le ha oído levantar la voz ni llevar la contraria dentro o fuera de la barra. Se supone que le gusta el fútbol, pero se ignora de qué equipo es. Nadie sabe en quién cree, a quién vota, qué pretende, si sube o baja. Se adapta sin rubor a todo t...

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Muchos expendedores de cañas son espías a sueldo de potencias estrafalarias. Algunos tienen ribetes de sabio, pero son especie en extinción. Hay cierto camarero en Madrid que no se sabe bien si es espía, sabio, burlador, extraterrestre o desalmado. Se llama Alberto (o eso dice él) y trabaja desde hace nueve años en una cervecería de Prosperidad. Jamás se le ha oído levantar la voz ni llevar la contraria dentro o fuera de la barra. Se supone que le gusta el fútbol, pero se ignora de qué equipo es. Nadie sabe en quién cree, a quién vota, qué pretende, si sube o baja. Se adapta sin rubor a todo tipo de interlocutores. Canta con igual entusiasmo La Internacional, el Cara al sol, la Marsellesa, el himno del Numancia, la Salve rociera, lo que sea. Si le preguntas de dónde viene, contesta: "¿Y tú?", como los gallegos. Si le preguntas a dónde va, dice que lleva manzanas, como los pasiegos. Enigma.

Un grupo anónimo de admiradores de Alberto (si es que se llama así) ha estado indagando, por diversión, en su personalidad. Les llamó la atención la similitud entre el camarero y Zelig, la delirante película de Woody Allen. El protagonista es un tipo que asume las características psíquicas y físicas de las personas con quien está: le crece la barba cuando habla con judíos ortodoxos; se vuelve negro entre los músicos de jazz. Los psicólogos se ven impotentes para estudiar su caso, porque Leonard Zelig se convierte en uno de ellos.

Alberto es una variante de Zelig. No es camaleón por falta de personalidad o por timidez, sino por comodidad, porque le da pereza mediar en debates de lunáticos y zumbados de la vida. Es un filósofo escéptico y estoico con mucha vida interior. Ha llegado a la conclusión de que casi todo el mundo miente o dice tonterías. Esta actitud conlleva el gran riesgo de ensimismarse demasiado y no enterarse de lo que pasa en el exterior de tu mente. Alberto está casi siempre en las nubes.

El viernes le comentó un cliente: "¿Sabes que he puesto gafas a mi hija?". El camarero contestó perplejo: "Es un nombre bien raro, pero tendrás tus razones para llamarla así".

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