Columna

Tan

Tan inermes, tan frágiles. Basta con un simple estornudo de la Naturaleza para que se nos baje la cresta a los humanos y perdamos de golpe nuestras pretensiones de reyes del mundo. La catástrofe de Nueva Orleans nos ha dejado atónitos. Estamos acostumbrados a las calamidades de los países pobres: con qué impavidez leemos, en estos mismos días, que los tifones orientales han causado infinidad de muertos. Pero Nueva Orleans somos nosotros, es nuestra realidad, el Primer Mundo (qué ridícula arrogancia denota ya esta denominación), y resulta que nuestras rutilantes sociedades, supuestamente tan se...

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Tan inermes, tan frágiles. Basta con un simple estornudo de la Naturaleza para que se nos baje la cresta a los humanos y perdamos de golpe nuestras pretensiones de reyes del mundo. La catástrofe de Nueva Orleans nos ha dejado atónitos. Estamos acostumbrados a las calamidades de los países pobres: con qué impavidez leemos, en estos mismos días, que los tifones orientales han causado infinidad de muertos. Pero Nueva Orleans somos nosotros, es nuestra realidad, el Primer Mundo (qué ridícula arrogancia denota ya esta denominación), y resulta que nuestras rutilantes sociedades, supuestamente tan seguras, también se deshacen al primer soplido como un castillo de naipes.

Tan primitivos, tan inútiles. Escalofría comprobar cómo el país más poderoso del planeta fracasa clamorosamente a la hora de controlar la crisis. Peor que el huracán es el colapso de las estructuras, la falta de socorro, la imbécil ineficacia del sistema. He aquí la verdadera pesadilla: Nueva Orleans demuestra que el marco convencional de nuestras vidas, todo aquello que damos por sentado y por seguro, no es más que un espejismo tembloroso. Que la realidad es una fina, inestable capa gelatinosa bajo la que bulle y se revuelve el caos. Y que en un abrir y cerrar de ojos pueden colapsarse siglos de desarrollo cultural, de construcción social, de educación civil. Emergen la brutalidad primordial, el ciego y fiero imperio del más fuerte, el instinto animal de la depredación. Violencia, violaciones, asesinatos. El ser humano en lo peor que es.

Pero también: tan resistentes, tan tenaces. Aunque el Katrina va a dejar una estela de cadáveres y una legión de víctimas traumatizadas por el horror vivido, lo increíble es saber (siempre ha sido así en las catástrofes) que la mayoría conseguirá superar este espanto. Con el tiempo, llorarán a sus muertos, asumirán sus duelos, limpiarán y reconstruirán día tras día, con tesón de hormigas, la ciudad devastada, todo ese destrozo que hoy parece irrecuperable. Dentro de poco volverá a estar en pie Nueva Orleans, e incluso harán películas sobre el tema. Dentro de poco se habrá vuelto a remendar el vaporoso espejismo de la realidad. Tan empeñados en sobrevivir, tan capaces de resurgir de las cenizas.

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