Columna

Gato por gato

Lo bueno de las copias, escribió el duque de La Rochefoucauld a mediados del siglo XVII, es que nos hacen ver la ridiculez de los originales. La mala fama de las copias, anatematizadas y ridiculizadas, debe encubrir profundos y secretos complejos, no lo dudo, además de cazurros intereses comerciales que movilizan cada año una legión de absurdos detectives especializados en la cola de tela de un cocodrilo inocuo, en la corona suiza de un reloj puesto en hora por todos los magnates y todos los mangantes del planeta o en la caligrafía de un bolso de mano que arrasa en mercadillos y en hipódromos....

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Lo bueno de las copias, escribió el duque de La Rochefoucauld a mediados del siglo XVII, es que nos hacen ver la ridiculez de los originales. La mala fama de las copias, anatematizadas y ridiculizadas, debe encubrir profundos y secretos complejos, no lo dudo, además de cazurros intereses comerciales que movilizan cada año una legión de absurdos detectives especializados en la cola de tela de un cocodrilo inocuo, en la corona suiza de un reloj puesto en hora por todos los magnates y todos los mangantes del planeta o en la caligrafía de un bolso de mano que arrasa en mercadillos y en hipódromos.

Esa cruzada contra las falsificaciones y las copias no ha logrado impedir, de momento, su triunfo popular, que quizás sea un triunfo ilegal, pero nunca ilegítimo, porque las falsificaciones, mal que les pese a muchos, son legítimas, como lo son esos imitadores que caricaturizan al político o famoso de turno y lo democratizan a la postre al ponerlo en el Real de la feria. ¿Qué es eso de creerse inimitable, irrepetible y único e insustituible? Los cementerios están llenos de tumbas con el nombre de mujeres y hombres insustituibles. No hay nada nuevo bajo el sol, salvo quizás aquello que olvidamos.

Las copias pueden ser, en todo caso y como recordaba La Rochefoucauld, una buena lección de humildad y hasta un antídoto contra la estupidez. ¿Quién será más ridículo, el imitado o el imitador? ¿No acaban siendo a veces la misma cosa, el mismo personaje de idéntico guiñol el imitado y el imitador? ¿Qué es más ridículo, pagar un precio delirante por el original o ejercer la impostura de la copia?

Lo que no es tradición, decía Eugenio D'Ors, es plagio. De un amigo y compinche de D'Ors, Rafael Sánchez-Mazas, se cuenta que le dijo a otro compinche, el escritor gallego Eugenio Montes: "Con el trabajo que se ha tomado en fingir una cultura, se podía haber hecho una auténtica". Sánchez-Mazas, que creía en el imperio y en las enciclopedias, terminará ocupando una nota a pie de página en la bibliografía de Javier Cercas. La originalidad es un mito romántico alimentado por esos fabricantes de productos de lujo, relojes que se paran y bolsos de señora, que no quieren acabar arruinados por los chinos, que lo fusilan todo. No sé si la falsificación es o no un acto revolucionario, pero sus enemigos, está claro, llevan en la muñeca un reloj parado. Cambiarlo todo para que nada cambie, eso quisieran, pero el siglo XXI será el siglo de la reproducción y de la copia.

En las últimas fiestas de Bilbao actuó una cantante que no era, en realidad, más que una copia o sucedáneo de la que había contratado el consistorio, llamada artísticamente Lorna, reina del reggaeton. Así se la vendieron dentro del paquete (porque estas cosas siempre, inevitablemente, se compran y se venden a los ayuntamientos en bonitos paquetes). La cantante que cantó de verdad, aunque era de mentira, se hacía llamar igual que la legítima, que era la que anunciaban los carteles y la que los periódicos locales creyeron entrevistar mientras entrevistaban a la otra sin caer en la cuenta del engaño. La cantante en cuestión (la legítima) llevaba al parecer un año retirada de los escenarios a causa de una enfermedad. En su defensa, los representantes de la artista arguyen que, debido a la enfermedad de la genuina Lorna, han "sacado al mercado otra chica del mismo nombre". Ellos, en todo caso, son los legítimos propietarios de la marca, porque Lorna (la artista o las artistas así denominadas) es una marca legalmente registrada. En cualquier caso, ¿quién podría notar la diferencia, al margen de los aspectos físicos, entre una cantante y otra? ¿A quién le importa que nos hayan vendido la copia y no el original? Cada verano ruedan por ahí, con buen éxito, exposiciones de cuadros falsos que no ofenden nadie.

¿A quién, a estas alturas, le quita el sueño que la historia del país en el que vive sea una falsificación y todas las historias, en el fondo, lo sean, incluidas las historias personales? ¿Quién va a perder el tiempo analizando qué manifestación de la izquierda patriótica vasca es la legítima, si la del viernes en Bilbao, sin incidentes, o la incendiaria de San Sebastián? Las fronteras entre la copia y el original son cada día más difusas. Y eso de que nos dan gato por liebre, que es lo que piensan muchos, tampoco está tan claro. Simplemente, nos dan gato por gato, que ya no hay liebres.

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