Reportaje:MÚSICA

El renacer de la música afgana

Mashinai mira fijamente a la cámara con ojos que denotan más que tristeza pavor por la realidad que le rodea mientras sus manos cortan un pedazo de carne esmirriada. "Llevo cinco años trabajando de carnicero", repite cansinamente. Mashinai era músico pero sus instrumentos fueron destruidos y su actividad prohibida. La cámara recoge cintas de casete abiertas y su contenido esparcido al viento, hogueras públicas en las que queman películas y libros de historia, instrumentos inutilizados..., todo ante un escenario de devastación, casas en ruinas, carros de combate semidestruidos, bibliotecas dest...

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Mashinai mira fijamente a la cámara con ojos que denotan más que tristeza pavor por la realidad que le rodea mientras sus manos cortan un pedazo de carne esmirriada. "Llevo cinco años trabajando de carnicero", repite cansinamente. Mashinai era músico pero sus instrumentos fueron destruidos y su actividad prohibida. La cámara recoge cintas de casete abiertas y su contenido esparcido al viento, hogueras públicas en las que queman películas y libros de historia, instrumentos inutilizados..., todo ante un escenario de devastación, casas en ruinas, carros de combate semidestruidos, bibliotecas destruidas, conservatorios arrasados

... Cantantes amenazadas de muerte, disparos contra los escenarios durante las actuaciones, prisión por oír música en su domicilio. Vendedores de casetes arriesgando su libertad al vender a escondidas: un mes de cárcel por cada casete vendida. La palabra dantesco se queda corta porque la cámara no muestra los muertos que acompañan a esas imágenes. Se trata de la cámara de la BBC en un estremecedor documental de Simon Broughton titulado Breaking the silence. Music in Afghanistan que acaba de ser editado en formato DVD por Aditi (distribuido por Resistencia).

La historia reciente de la música afgana narrada a través de sus protagonistas, los que se quedaron en Afganistán y los que emigraron. Un documento fascinante por su crudeza y repleto de una música vitalista y contagiosa que ha sido capaz de superar todos los infortunios. A los sesenta minutos del desgarrador documental se añaden interpretaciones magníficas, profundamente clavadas en la tierra de Mashinai, Mahwash y Rita Wahzma y desde el exilio suizo del Ensemble Kaboul.

Una mirada repleta de optimismo: los instrumentos han sido desenterrados de sus escondites o se han reconstruido, otros llegan nuevos desde Pakistán, las casetes vuelan a los puestos callejeros y hasta las mujeres aparecen cantando en la televisión. Y, lo más importante, la gente de la calle no tiene miedo a explicar lo que ha sucedido. Un musicólogo concluye con una afirmación sorprendente: "Cuando regresen los exiliados traerán consigo influencias de los países vecinos que enriquecerán la música de Afganistán".

En realidad, Afganistán ha sido siempre un cruce de culturas que ha ido asimilando durante siglos tanto la cultura persa, como la india o las influencias de Asia central. Y la música ha sido un fiel reflejo de esa realidad y no habría tenido ningún problema en asimilar también las influencias occidentales. En los años setenta del pasado siglo las emisoras oficiales de radio y televisión de Afganistán eran un ejemplo en la zona por su tratamiento de la música y su no discriminación de la mujer a pesar de algunas interpretaciones coránicas. Ahmad Zahir era conocido como el Elvis afgano, en las casas particulares sonaban las radios y los casetes, pero en 1979 las cosas comenzaron a cambiar.

En ese año los ejércitos soviéticos invadieron el país y se implantó un régimen comunista a imagen de la ya decante Unión Soviética. No sólo Zahir fallece en un nunca aclarado accidente automovilístico, la música pasa a ser propiedad del Estado. No se prohíbe pero o servía para alabar al régimen o no existía. Mucha dejó de existir, primer exilio interior y exterior. La guerrilla muyahidin fue ganando terreno alimentada por el fanatismo religioso que muchos apoyaron inicialmente para sacarse de encima a los tanques soviéticos. La presencia muyahidin no significa un regreso al pasado, volver a la normalidad. Al contrario: el fanatismo islamista comenzó a hacer estragos, la mujer se vio relegada de las exhibiciones públicas, la música no religiosa, prohibida y todo los que pareciera occidental, perseguido. Segundo exilio.

Nadie pensaba que las co

sas pudieran empeorar, pero empeoraron. En 1996, los talibanes, enarbolando un radicalismo aún mayor, tomaron Kabul, la música fue drásticamente prohibida, los instrumentos, casetes y demás artilugios capaces de hacer o reproducir música, rotos, la radio y la televisión, calladas. Sólo se permitía un determinado tipo de música exclusivamente vocal y profundamente religiosa. La música afgana estaba en peligro de extinción.

Tras cinco años de oscuridad, noviembre de 2001 marca la caída del régimen talibán y la música, demostrando una vez más que no es patrimonio exclusivo ni de gobernantes ni de creencias religiosas, emerge de las cenizas. Los instrumentos fueron literalmente desenterrados y la televisión y la radio han vuelto a programar música. Algunos músicos ya han regresado del exilio. Es la nota de esperanza que Breaking the silence quiere transmitirnos y, sobre todo, dejar constancia de barbaridades culturales que no deben repetirse.

Combatientes contra el poder talibán tocan música y bailan en 2001.REUTERS

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