Tribuna:

Los próximos pasos de Europa

El terrorismo en Londres y el rechazo de Francia y Holanda al Tratado Constitucional de la Unión Europea han vuelto a poner en boga el europesimismo. El fracaso de la cumbre de la UE en junio y los amargos choques entre Tony Blair y Jacques Chirac incluso han inducido a algunos a proclamar el principio del fin para Europa. Están equivocados. Europa ni está muerta ni moribunda. Pero los recientes acontecimientos sí auguran el final de una versión de la integración europea: la idea de una "unión incluso más estrecha" que generaría un país federal, que a su vez se convertiría en una nueva superpo...

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El terrorismo en Londres y el rechazo de Francia y Holanda al Tratado Constitucional de la Unión Europea han vuelto a poner en boga el europesimismo. El fracaso de la cumbre de la UE en junio y los amargos choques entre Tony Blair y Jacques Chirac incluso han inducido a algunos a proclamar el principio del fin para Europa. Están equivocados. Europa ni está muerta ni moribunda. Pero los recientes acontecimientos sí auguran el final de una versión de la integración europea: la idea de una "unión incluso más estrecha" que generaría un país federal, que a su vez se convertiría en una nueva superpotencia. Sin embargo, esa idea no estaba prevista ni siquiera antes de los recientes reveses. Una vez que los seis países que constituían el núcleo original empezaron a ampliarse para incluir a naciones del norte, el sur y, más recientemente, el este de Europa, el viejo concepto federal se vio condenado al fracaso. La Constitución fue diseñada para forjar una Europa de los Veinticinco más eficaz, y no para crear un Estado federal sólido.

La retórica de Chirac a menudo incluye referencias al "mundo multipolar", en el que Estados Unidos ya no es la única superpotencia. Una encuesta reciente de Pew revelaba que muchos europeos ya no se sienten atraídos por EE UU y que les gustaría que Europa desempeñara un papel más destacado en la política mundial. Pero aunque Estados Unidos haya perdido parte de su atractivo poder blando, las opiniones públicas de la Europa posindustrial no están dispuestas a pagar el precio -una duplicación o triplicación del gasto en defensa como porcentaje del PIB- que supone invertir en el poder militar que se necesitaría para equilibrar su poder duro. Incluso así, el panorama para Europa no es tan desolador como suponen los pesimistas.

En la actualidad, el poder en la política mundial se distribuye como una partida de ajedrez tridimensional que se disputa tanto vertical como horizontalmente. En el tablero superior de las relaciones militares entre los Estados, EE UU es la única superpotencia mundial de alcance global. Es improbable que Europa o China superen a los estadounidenses en las próximas dos décadas. Aquí, el mundo es unipolar. En el tablero medio de las relaciones económicas, el mundo ya es multipolar. Éste es el tablero en el que Europa actúa como Unión, y otros países como Japón y China desempeñan un papel importante. EE UU no puede alcanzar un acuerdo comercial o resolver pleitos anti-monopolio sin la aprobación de la Comisión de la UE. Recientemente, después de que la Organización Mundial de Comercio fallara a favor de una reclamación europea, el Congreso de EE UU tuvo que revisar miles de millones de euros de la legislación impositiva. Esto difícilmente concuerda con la descripción de un mundo unipolar. El tablero inferior incluye relaciones transnacionales que traspasan fronteras fuera del control de los gobiernos: cualquier cosa, desde drogas a enfermedades infecciosas, pasando por el cambio climático y el terrorismo internacional. En este tablero, el poder se distribuye caóticamente entre participantes no estatales. Ningún gobierno puede controlar los resultados sin la cooperación de los demás. Aquí, EE UU necesita la ayuda de los europeos, y tampoco tiene sentido llamar a este mundo unipolar. En este tablero inferior, el grado de cooperación civil estrecha también es importante y se ve afectado por el atractivo, o poder blando, de un país. En él, los países europeos están bien dotados, ya que han superado siglos de animosidad y han desarrollado con éxito un gran mercado.

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Uno de los peligros de los recientes reveses es que se interrumpa la ampliación de la UE. Al final de la guerra fría, los países del este de Europa no intentaron formar alianzas locales, como hicieron en los años veinte, sino que recurrieron a Bruselas como imán para su futuro. De forma similar, países como Turquía y Ucrania han adaptado sus políticas porque se ven atraídos por Europa. La pérdida de poder blando que implica el rechazo a una ampliación adicional supondría un contratiempo para Europa, los Balcanes y la estabilidad internacional. ¿Qué hará a continuación la UE? Algunos aconsejan que se repliegue a los seis países originales como núcleo interior que cree una federación dentro de la Unión más amplia. Este enfoque atrae a quienes piensan que los referendos francés y holandés fueron un rechazo al modelo económico liberal británico. Pero ese diagnóstico es dudoso, ya que las encuestas muestran que muchos de los que votaron no se oponían a Chirac y/o a unos índices de desempleo elevados. Es poco probable que un retroceso y un repliegue a los seis miembros originales de la UE mitiguen esas preocupaciones, y supone un mal augurio para la liberalización de los mercados laborales que las economías europeas deben dinamizar.

Un camino más apropiado para la UE es demostrar que Europa sigue funcionando. Eso implica un compromiso con un nuevo presupuesto que recorte algunos de los gastos en la política agrícola común y dedique fondos a integrar a los nuevos miembros que se incorporaron el año pasado. También significa seguir adelante con el destacado papel que desempeña Europa en la política exterior, como persuadir a Serbia para que llegue a un acuerdo sobre el futuro estatus de Kosovo, o no cejar en el empeño de convencer a Irán para que abandone sus planes de enriquecimiento de uranio. Será igual de importante seguir adelante con la ronda de conversaciones sobre comercio de la OMC en Doha, y cumplir compromisos pasados sobre la ayuda para África. Al final, cuando haya amainado la tormenta, quizá sea posible llegar a acuerdos intergubernamentales para pulir algunas de las disposiciones institucionales que se habrían confirmado si se hubiera aprobado la Constitución. Una UE tan práctica y eficaz tal vez no llegue a las majestuosas y retóricas aspiraciones que tanto gustan a los políticos, pero tampoco estará moribunda. Por el contrario, una Europa así tiene mucho que ganar y que aportar al resto del mundo.

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