Análisis:

El guiñol de Laporta

Uno de los éxitos de Laporta era que dos años después de su elección como presidente nadie había conseguido caricaturizarle. Aunque ya forma parte de la troupe del guiñol, sobre todo por una cuestión de higiene deportiva, se coincidía en que era difícil imitarle y exagerar cualquiera de sus gestos, de manera que había una distancia entre su proceder y el de sus antecesores, sobre todo respecto a Gaspart, tan camaleónico que resultaba imposible distinguir entre el personaje de verdad y el de mentira, y Núñez, convertido en el tío entrañable de la familia culé por la capacidad que ...

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Uno de los éxitos de Laporta era que dos años después de su elección como presidente nadie había conseguido caricaturizarle. Aunque ya forma parte de la troupe del guiñol, sobre todo por una cuestión de higiene deportiva, se coincidía en que era difícil imitarle y exagerar cualquiera de sus gestos, de manera que había una distancia entre su proceder y el de sus antecesores, sobre todo respecto a Gaspart, tan camaleónico que resultaba imposible distinguir entre el personaje de verdad y el de mentira, y Núñez, convertido en el tío entrañable de la familia culé por la capacidad que tuvo Arús de situarle por encima del bien y del mal. Ha sido el propio Laporta quien al final se ha vencido en una situación tan común que le convierte en un ser especialmente vulnerable.

Laporta se bajó los pantalones ante un detector de metales y desde entonces suenan las alarmas. No hace falta verle en calzoncillos sino que alcanza con imaginárselo para que el barcelonismo se sonroje por una escena de un gran poder virtual. La actividad de Laporta ha sido tan febril que el cargo de presidente se ha comido al de ciudadano o viceversa al punto que se duda sobre su sentido de la representatividad. Hay actuaciones que son reprobables sin que sea menester recurrir a un manual de urbanidad, por mucho que la junta se empeñe en marcar para diferenciar, y necesite expresar la catalanidad del equipo con una senyera como etiqueta en la camiseta.

Una vez puestos a identificar la obviedad, al Barça le convendría acotar el exhibicionismo de Laporta, porque en caso contrario la escena del aeropuerto se utilizará para interpretar decisiones mucho más confusas. A ojos de los socios sería preocupante que el presidente afrontara los problemas y los resolviera de la misma manera que en El Prat por no recordar como fichó a Davids al grito de Que n?aprenguin [Que aprendan]. Así se entendería por ejemplo la salida de cinco directivos sólo porque pasaron de aplaudir a pitar. Entregado a los capataces que cuidan del rancho, Laporta se ha quedado solo como directivo mediático, y a su pescuezo se tiran cuantos le jalearon durante las elecciones porque entonces desafiaba al poder fáctico que era Bassat.

Hoy, curiosamente, quienes más le defienden son miembros de la candidatura de Bassat porque entienden que el corpus ideologico de Laporta está por encima de actitudes recriminables como la del aeropuerto por mucho que no lo parezca. A Laporta le toca pues desmarcarse del guiñol y recuperar su ascendiente como presidente.

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