Crítica:CASAS RURALES

Panorámica en verde

Una enorme extensión de prados da vistas, sentido y nombre a este alojamiento rural, que acaba de abrir en un pueblo de nueve habitantes, Quintanaentello, en el último municipio de Burgos mirando hacia Cantabria; en la comarca de las Merindades, lindando con los valles de campurrianos y pasiegos. Ana Saiz aparcó su vida en la costa alicantina para volver a sus orígenes y cuidar de sus padres; poco a poco, los paisajes de nieve y soledad en invierno, de hierba y nieblas al atardecer en verano, la convencieron para quedarse. Le echó ganas y paciencia y ha convertido unas antiguas cuadras en el c...

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Una enorme extensión de prados da vistas, sentido y nombre a este alojamiento rural, que acaba de abrir en un pueblo de nueve habitantes, Quintanaentello, en el último municipio de Burgos mirando hacia Cantabria; en la comarca de las Merindades, lindando con los valles de campurrianos y pasiegos. Ana Saiz aparcó su vida en la costa alicantina para volver a sus orígenes y cuidar de sus padres; poco a poco, los paisajes de nieve y soledad en invierno, de hierba y nieblas al atardecer en verano, la convencieron para quedarse. Le echó ganas y paciencia y ha convertido unas antiguas cuadras en el centro de turismo rural La Pradera. Junto a Juan Blaya, su pareja, arriesgó más, y decidió que el establecimiento rural tendría un restaurante abierto a diario. Y decidió ir un paso más allá del ambiente neorrural que se basa en reproducir el pasado y puso el contrapunto moderno y alegre en cada espacio. Mobiliario, telas y lámparas de estética y colores pop cuadran bien con la piedra, la madera y los balcones que se asoman a la iglesia con el nido de cigüeñas, el viejo lavadero, los chopos, sauces y saúcos, los prados en una secuencia limpia y casi infinita que llega en el horizonte al gran bosque de hayas de Carrales.

LA PRADERA

En Quintanaentello.

Valle de Valdebezana (Burgos).

Teléfonos 947 57 12 02 y 629 84 50 30. Habitaciones: 12 más una sin barreras de movilidad. Precio: 50 euros la habitación doble con desayuno. Restaurante con menús de 8 y 12 euros.

Las ventanas se abren a un pueblo frágil, nada empingorotado, y que, luchando contra la constante amenaza desde los años sesenta de quedar abandonado, aún conserva la auténtica vida de pueblo, con vacas, caballos y gallinas, la matanza del cerdo y las huertas con berzas y patatas, y sus olores a hierba recién segada y a ganado, y a la humedad que al atardecer suele traer el viento norte, que refresca el calendario por estas fechas y permite dormir sin agobios. En verano, las playas cántabras quedan a una hora. En invierno, la estación de esquí de Alto Campoo, a media hora. A dos kilómetros, Soncillo, un pueblo también muy pequeño, pero con todos los servicios básicos.

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