Editorial:

Esta vez, Londres

De nuevo, esta vez en Londres, como el 11-S en Nueva York y el 11-M en Madrid, el terrorismo logró ayer hacer realidad la pesadilla que persigue a toda sociedad democrática y civilizada. Las explosiones de tres bombas en el metro y una en un autobús causaron al menos 37 muertos y centenares de heridos. Apenas unas horas antes los londinenses habían concluido su fiesta para celebrar la designación de su ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 2012. Parece evidente que las bombas no están vinculadas a la elección olímpica, sino a la cumbre del G-8 en Gleneagles (Escocia). Los asesinos quería...

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De nuevo, esta vez en Londres, como el 11-S en Nueva York y el 11-M en Madrid, el terrorismo logró ayer hacer realidad la pesadilla que persigue a toda sociedad democrática y civilizada. Las explosiones de tres bombas en el metro y una en un autobús causaron al menos 37 muertos y centenares de heridos. Apenas unas horas antes los londinenses habían concluido su fiesta para celebrar la designación de su ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 2012. Parece evidente que las bombas no están vinculadas a la elección olímpica, sino a la cumbre del G-8 en Gleneagles (Escocia). Los asesinos querían una matanza de grandes proporciones para paralizar en el caos y el terror a la capital británica.

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Al margen de los simbolismos elegidos por los terroristas, que, según todos los indicios, están vinculados al fanatismo de Al Qaeda, el objetivo de los explosivos de ayer, como de los aviones del 11-S y las mochilas-bomba de los trenes de cercanías de Madrid, son todos los seres humanos, que, en un largo recorrido repleto de penurias y conflictos, han avanzado por la senda de la libertad, el respeto mutuo, la prosperidad y la tolerancia. La cultura del odio y de la muerte no soporta el éxito de las sociedades abiertas en su continua perseverancia hacia mayores cotas de felicidad individual y colectiva.

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Las bombas de Londres han de recordar a todos que nuestras sociedades tienen un enemigo a muerte, fanático pero sofisticado e implacable, para el que nuestra desgracia y miedo es el mayor triunfo. Es un enemigo difuso, difícil de identificar y localizar, pero que ya sabemos -especialmente a raíz de las pesquisas policiales en España- que también está entre nosotros, en el seno de las sociedades democráticas y libres. Ahora es el momento de llorar a los muertos, ayudar a los heridos, consolar a las familias y expresar toda la solidaridad con los ciudadanos de Londres. Pero hay que empezar a tomar conciencia de la envergadura de la amenaza, que lamentablemente lleva a pensar que será necesario escribir estas frases más veces en el futuro.

Nadie está a salvo de esta amenaza y nadie podrá neutralizarla por sí solo. Urge una intensificación de la cooperación internacional, una mejor coordinación real de los servicios de información y una prevención conjunta de las democracias. Pero urge a la vez evitar los atajos erróneos y las iniciativas preventivas equivocadas. Sería una cruel paradoja y una victoria clamorosa del terrorismo que las democracias entregaran sus libertades y desmontaran sus principios con la excusa de la lucha por defenderlos. Como lo sería ensanchar la base de los terroristas identificándoles con los inmigrantes o con algunas etnias y religiones, en sociedades multiculturales como son la londinense o la madrileña. También esto sería un triunfo otorgado a los asesinos.

Los atentados de Londres son un ataque contra la sociedad europea en su conjunto. Las diferencias sobre la Constitución o sobre los presupuestos de la UE son nimiedades al lado del desafío que tiene ante sí la sociedad libre europea. El ataque terrorista sufrido por la capital británica, justo al empezar el semestre de la presidencia de la UE, merece una enérgica respuesta política de todos los socios europeos.

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