Crítica:CRÍTICAS

El horror afgano

No es extraña la atracción que ejerce Afganistán sobre los cineastas iraníes -no hay más que recordar que Mohse Majmalbaf ya se asomó a la realidad afgana de los talibanes en su terrible Kandahar, y que hay referencias a los refugiados afganos en Baran, de Majid Majidi-, y ello se debe a numerosas razones, empezando por su frontera común, continuando con las diferencias geopolíticas que enfrentaron a los talibanes con las autoridades de Teherán y concluyendo con el drama de los refugiados afganos en el país de Jomeini: datos todos de suficiente entidad como para interesarse por e...

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No es extraña la atracción que ejerce Afganistán sobre los cineastas iraníes -no hay más que recordar que Mohse Majmalbaf ya se asomó a la realidad afgana de los talibanes en su terrible Kandahar, y que hay referencias a los refugiados afganos en Baran, de Majid Majidi-, y ello se debe a numerosas razones, empezando por su frontera común, continuando con las diferencias geopolíticas que enfrentaron a los talibanes con las autoridades de Teherán y concluyendo con el drama de los refugiados afganos en el país de Jomeini: datos todos de suficiente entidad como para interesarse por el terrible destino de un país asolado durante décadas por la guerra y por todas las penurias a ella anexas.

A LAS CINCO DE LA TARDE

Dirección: Samira Majmalbaf. Intérpretes: Agheleh Rezaie, Abdolgani Yousefrazi, Razi Mohebi. Género: drama, Irán-Francia, 2003. Duración: 106 minutos.

Samira Majmalbaf, hija de Mohse, también realizó hace un par de años su contribución afgana, y de qué manera: es A las cinco de la tarde, un título de confesada raíz lorquiana, una película sencillamente atroz, en la que a pesar de no mostrarse jamás las consecuencias de la guerra (no hay heridos, ni sangre, ni muertos visibles), se aprecian las huellas imborrables no sólo del conflicto, sino de la dura losa que la tradición hace gravitar sobre su sociedad, más allá de las declaraciones triunfalistas de quienes por allí tenemos alguna responsabilidad en lo que pasa.

Aquí la historia es muy simple: la cámara de Majmalbaf sigue a una adolescente que asiste a una institución de enseñanza no coránica, es decir, a una instancia en la que se discute, se habla, se expresan en voz alta opiniones que tal vez no podrían hacerse oír en otros foros. Pues bien, a lo largo de la hora y tres cuartos que dura el filme, veremos cómo las legítimas aspiraciones de la joven, que pretende dedicarse a la política, se van dando de bruces contra una realidad en la que la huella talibán está mucho más presente de lo que aquí sospechamos, porque esa huella es en realidad la del más ancestral fundamentalismo islámico.

Así, el desastre del regreso de los refugiados, la falta de alimentos, el rigor de las creencias de los hombres, el indiscutible poder que éstos siguen teniendo sobre las mujeres -con o sin soldados de la ONU, eso no ha cambiado, plantea Majmalbaf- van configurando un día a día áspero, terrible: la cara oscura de un país sin futuro. Majmalbaf rueda todo esto con un lenguaje llano y directo que resume con magistral, dolorosa coherencia un conflicto que no es de hoy, ni siquiera de ayer: es de hace milenios. Y el resultado, lo habrá adivinado el lector, es un filme de una dureza extrema, que se ve con el alma en vilo, entre otras cosas, porque estamos ante un discurso sin apenas un atisbo de esperanza.

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