Crónica:TOUR 2005

Triunfo del más moderno

El belga Boonen se impone al 'sprint' en una etapa en la que Voeckler ganó a Cañada un duelo privado

Decía Iban Mayo que en el Tour se pueden encontrar muchas cosas; que no sólo la victoria final o el podio dan la felicidad. Decía que se pueden ganar etapas, ganar maillots de colores variados, sentirse protagonista, pasar el primero por el Galibier, salir en una foto junto a Armstrong o delante de Armstrong... El que no se conforma es porque no quiere, venía a decir Mayo, que espera su momento. Dentro de la lógica infernal del Tour, hay premios para todos, pequeños tornillos de una maquinaria implacable.

A Thomas Voeckler, un alsaciano crecido en Martinica y radicado en La Vendé...

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Decía Iban Mayo que en el Tour se pueden encontrar muchas cosas; que no sólo la victoria final o el podio dan la felicidad. Decía que se pueden ganar etapas, ganar maillots de colores variados, sentirse protagonista, pasar el primero por el Galibier, salir en una foto junto a Armstrong o delante de Armstrong... El que no se conforma es porque no quiere, venía a decir Mayo, que espera su momento. Dentro de la lógica infernal del Tour, hay premios para todos, pequeños tornillos de una maquinaria implacable.

A Thomas Voeckler, un alsaciano crecido en Martinica y radicado en La Vendée, la región en la que el Tour ha comenzado, todas las pequeñas delicias reveladas por Mayo le parecen tan apetitosas que incluso se conforma con menos. Con ganar un sprint en una cota de cuarta cerca de su pueblo, por ejemplo. Lo hizo ayer, a costa del bravo aragonés David Cañada, y lo celebró como si hubiera ganado el Tour por lo menos.

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El Tour corre por La Vendée, campos llanos, mínimas colinas, viento costero, y La Vendée es territorio Bernaudeau, un buen ciclista, muy moreno, en los años setenta y ochenta y que, cuando se retiró, montó un bar llamado Stelvio en Les Essarts, el pueblo en el que terminó ayer la etapa.

El Stelvio se convirtió poco más tarde en el centro de la actividad ciclista de la región, el lugar en el que nació el Vendée U, un equipo amateur que, con los años, se convirtió en el actual equipo profesional Bouygues Telecom, el orgullo de Bernaudeau.

El año pasado, su Tour fue fantástico gracias a Voeckler, alegre, combativo, que, gracias a una fuga, estuvo diez días de amarillo. Así que a nadie le extrañó que ayer, día en el que la lógica hablaba de fuga tempranera, control inicial discreto del CSC, el conjunto del líder, y final férreo de los cuadros con sprinters, Voeckler contribuyera a la lógica tremenda infiltrándose en la escapada.

Para su desgracia, el intento, compartido con Cañada, su compatriota Calzati y el húngaro Bodrogi, nunca alcanzó más de 4m 15s de ventaja, por lo que, uno, nunca estuvo en disposición de pensar que aquello podía culminar y, dos, si culminaba, no le reportaría el amarillo como en 2004. Así que, según pasaban los kilómetros, fue revisando sus objetivos a la baja y, cuando ya le llegaban a los tobillos prácticamente, una salvadora cota de cuarta se dibujó en el horizonte. Era el primer paso puntuable del Tour, con lo que el premio llevaba emparejado vestir al menos por un día el jersey de lunares rojos. A por ella. Pero con la misma idea pedaleaba a su lado Cañada.

Cañada es un zaragozano de 30 años que hace cinco soñaba con ser algo grande y al que el Tour nunca ha querido. En la contrarreloj por equipos que ganó el ONCE se vistió con el maillot blanco al tiempo que su compañero Jalabert se vestía de amarillo, pero dos días después les sorprendió un ataque cuando se habían detenido para hacer sus necesidades. El director, Manolo Saiz, airado, decidió dejar hacer, no defender ninguno de los maillots de sus corredores. Aquel día Jalabert decidió dejar el ONCE, pero a Cañada le esperaba otro calvario.

Unos días más tarde, andando bien colocado en una etapa de montaña, pinchó. Como sus ruedas eran de un diámetro diferente a las que llevaba el equipo en el coche, tuvo que esperar sentado en la cuneta casi media hora.

Allí se acabaron sus grandes ilusiones. No las pequeñas, como ésa de ganar una cota de cuarta y vestirse de lunares aunque fuera un día. Todo eso lo contó ayer Cañada cuando explicaba por qué no había podido ganar en ella.

Por eso, en cuanto se empinó la carretera, crédulo, se dejó caer al último puesto del grupo, tensó el cuerpo, suspendió el culo en el aire y, decidido, se fue a sprintar. El sprint de su vida, por lo menos. Pero Voeckler, detrás, controlaba. Frío, dejó que Calzati se vaciara en persecución de Cañada para luego saltar y batir fácilmente al español. "Me equivoqué. Salté demasiado lejos", reconoció Cañada; "además, yo no lo sabía, pero me lo dijo enseguida Voeckler. '¿Adónde ibas David, que esto está en mi pueblo y lo conozco como la palma de mi mano?".

Los pequeños tornillos sujetan a la gran maquinaria, al armazón de la etapa de ayer, la temida etapa de las 57 rotondas -récord de etapa corrida en Francia- y el amago del viento. Hubo las correspondientes caídas -en una se fue al suelo el más alto del pelotón, Van Summeren, un belga de casi dos metros, y en otra, ya en el sprint, el más bajo, Dumoulin, que no llega a 1,60, pero fastidió a la esperanza española, Isaac Gálvez, que se quedó cortado- y la prevista llegada al sprint, ganada por el previsto Tom Boonen, el más fuerte, el más moderno del pelotón, un belga que, de paso, se llevó un soñado maillot verde. En el sprint entró Flecha, otro de los que aprietan los dientes, que se va a ir al Rabobank con Freire, Horrillo y Menchov.

A Armstrong, pese a que apareció el calor que tanto teme, no le pasó nada, pero sigue el segundo, a dos segundos del líder, su compatriota David Zabriskie, un norteamericano con apellido de disco de Pink Floyd y que pasa por sarcástico y raro. Entre otras cosas, le echa ketchup a todo, hasta a los cruasanes que luego moja en el café con leche.

Tom Boonen alza victorioso los brazos.ASSOCIATED PRESS

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