Jirí Menzel aboga por "las películas que miran el mundo con humor"

Cinema Jove prosigue con dos largos irregulares sobre las relaciones personales

El realizador checo de la oscarizada Trenes rigurosamente vigilados, Jirí Menzel, manifestó ayer en Cinema Jove su preferencia por "las películas que miran el mundo con humor", por cineastas como Woody Allen y por los que se alejan de cualquier mitología. Admirador y adaptador del gran escritor Bohumil Hrabal, con quien reconoce compartir el sentido del humor "checo", irónico y desacralizador, Menzel dijo que ganar un Oscar es una "especie de lotería".

"Últimamente he visto bastantes películas en las que se nota que los autores no quieren a las personas, en las que hay una especi...

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El realizador checo de la oscarizada Trenes rigurosamente vigilados, Jirí Menzel, manifestó ayer en Cinema Jove su preferencia por "las películas que miran el mundo con humor", por cineastas como Woody Allen y por los que se alejan de cualquier mitología. Admirador y adaptador del gran escritor Bohumil Hrabal, con quien reconoce compartir el sentido del humor "checo", irónico y desacralizador, Menzel dijo que ganar un Oscar es una "especie de lotería".

El director de 'Trenes rigurosamente vigilados' rechaza la mitología del cineasta

"Últimamente he visto bastantes películas en las que se nota que los autores no quieren a las personas, en las que hay una especie de odio a la humanidad, películas que gustan más bien a los críticos. Ya en la escuela de cine tuve claro que si quieres hacer algo por la gente tienes que quererla y para eso tienes que conocerla, aunque cuanto más la conoces menos motivos tienes para quererla", afirmó con una leve mueca jocosa el realizador de Alondras en el alambre, que Cinema Jove ha premiado por su trayectoria.

Esta película, de trasfondo político y realizada en 1969, fue censurada por el gobierno prosoviético de su país y ganó años después el Oso de Oro de Berlín. Hoy, el reto de su país, como otros que han sido liberados, es aprender a sentirse "igual de libres que el resto de países europeos", apuntó.

Integrante de la gran generación de la llamada Nueva Ola Checa, como Milos Forman, Menzel (Praga, 1938) está preparando ahora la adaptación al cine de Yo que he servido al rey de Inglaterra (Debate), una de las mejores novelas de su amigo Hrabal, fallecido en 1997. Ahora que "cuanto uno es más viejo, más dudas tiene", apostilló.

En la actualidad "hay películas más caras pero no mejores", se lamentó. Ya no va tanto al cine como cuando era joven pero sí considera, por ejemplo, que el movimiento Dogma, capitaneado por Lars Von Trier, ha sido una "moda que tuvo un significado en su momento", como reacción a un tipo de cine, y que dio lugar a "algunos títulos maravillosos". Como la nouvelle vague, que cumplió un valioso papel en su momento, aunque hoy algunos títulos no se acabarían de ver.

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Sobre su Oscar, eludió responder dónde lo guarda. Nada que ver con un colega que montó un pequeño altar en su casa con el "muñeco de oro". Dijo que es una lotería y no la condecoración más alta en el cine. Es simplemente "la película que gusta a los americanos". Gustó entonces, en 1966, Trenes rigurosamente vigilados y gustó en el pase del lunes al público valenciano de Cinema Jove, que proyecta su filmografía.

Por otra lado, la sección oficial de largos del festival continuó ayer con dos filmes. La argentina

El amor (Primera parte) posee una curiosa contradicción: son más sus directores que sus personajes. Cuatro jóvenes argentinos, de entre 24 y 25 años, debutan en la dirección para contar la historia de una pareja, desde sus comienzos, románticos y llenos de esperanza, hasta la separación, dos años después, entre broncas y peleas. La idea, explotada hasta el límite por el cine, tiene la originalidad de que aísla a la pareja de factores externos, para desnudar la relación desde su plenitud hasta su descomposición.

Puede ser que de las carencias y defectos de este filme, con momentos brillantes y zonas oscuras, se deban a la escasez de su presupuesto (4.000 euros) y a la cuádruple mano que lo dirige, pues, si, como dice el refrán, en el amor, tres son multitud, en el cine, cuatro son muchedumbre.

La israelí Hamasa Haaroch, de Eran Kolirin, no es tan minimalista como la argentina. Sus pretensiones son las de recrear la atmósfera tensa que se vive en Israel a través de las relaciones entre los miembros de una familia. Pocas veces lo consigue. El filme no pasa de ser una apenas correcta muestra de cine independiente en la que se entrecruzan los problemas de los personajes, todos ellos marcados por la soledad. De ahí a intentar proponer una parábola de la realidad israelí va un abismo. La presencia del niño protagonista y la incursión del escolta de la selección israelí de baloncesto Oded Katash entre los actores del filme apuntan a un intento de cine comercial en el cerrado mercado nacional.

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