VISTO / OÍDO

Las banderotas

Tienen -éstos- una afición profunda y medieval por las banderas. Y por los pendones. La de Trillo y Manzano está en la plaza de Colón; y guay de quien la quite. Es más difícil que quitar la estatua de Franco. Y no ofende nada más que a cada una de las autonomías, que tampoco tienen importancia -¡y agrandan las suyas, los gachós!-, y a los republicanos baldados o a sus nietos sin fortuna, que también sacan las suyas cuando pueden y cuando no. No vi ninguna en la manifa del PP y las Víctimas: como si no hubieran tenido víctimas. Pero hay que distinguir. Una vez estaba yo con Ignacio Agustí, el a...

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Tienen -éstos- una afición profunda y medieval por las banderas. Y por los pendones. La de Trillo y Manzano está en la plaza de Colón; y guay de quien la quite. Es más difícil que quitar la estatua de Franco. Y no ofende nada más que a cada una de las autonomías, que tampoco tienen importancia -¡y agrandan las suyas, los gachós!-, y a los republicanos baldados o a sus nietos sin fortuna, que también sacan las suyas cuando pueden y cuando no. No vi ninguna en la manifa del PP y las Víctimas: como si no hubieran tenido víctimas. Pero hay que distinguir. Una vez estaba yo con Ignacio Agustí, el autor feliz de Mariona Rebull, en la terraza del Gijón y se acercó un cojo, que se decía víctima de la guerra. Agustí sacó su pesetilla, pero, antes de darla, preguntó si no era caballero mutilado, y el mendigo aclaró que él había sido combatiente por la República. "¡Ah, vamos, un jodío cojo!", dijo mi amigo; y no le dio la peseta. Ruego, por favor, que se abstengan de injuriarme los que creen que debía haberle cruzado la cara. Me interesaba llegar a vivo algo más lejos; incluso aquí. Poco después se fundó Triunfo, Ezcurra despidió a Agustí, me llevó a mí, y él y yo nos intercambiamos algunas cartas cariñosas. Bajo la dictadura aún se encontraban las formas. Sentí mucho cuando se murió, en 1974; pero se libró de ver cómo perdían los suyos, que habían ganado, aunque tampoco dio tiempo, supongo, a que se recuperara el jodío cojo: ese había perdido para siempre.

Banderola como la de Gallardón (del provenzal galhardet, banderola) no la ha habido nunca, creo. Entrará en el Guinness. Se llevó una tarde entera de colocación, atravesando Madrid; el alcalde gallardo dice que no le ha costado nada porque tiene patrocinadores; y en efecto, en sus tres kilómetros de largo se ven las marcas de los comerciantes que la pagan; o la pagamos sus asiduos compradores. A mí me aterra su propósito. La otra, tan fastidiosa para los jodíos cojos, forma parte de una metamorfosis de siglos: yo he conocido cuatro españolas legales -monárquica, republicana, franquista, constitucional- y sé que son transitorias; pero la de Gallardón anuncia la de los Juegos Olímpicos en Madrid. Un horror. Pero pienso: 2012. Quizá no nos lo den, quizá yo esté por la labor de llegar tan lejos. (Como todo, es política: Madrid capital frente a las capitales autonómicas. Una estupidez).

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