El Rocío
He visto estos días en los informativos los habituales reportajes sobre la celebración del Rocío y me han llamado la atención unas imágenes que nunca antes había tenido ocasión de ver: sobre el mar de sudorosas cabezas masculinas, de ojos desencajados, que rodean a la imagen de la virgen aparecen, una y otra vez, las figuras en primer plano de niños que, literalmente, son deslizados por la marea humana hasta hacerlos llegar hasta la imagen y frotarlos brevemente contra el manto, o lo que se pueda, para volver a hacerlos llegar por el mismo procedimiento hasta el lugar de donde partieron, supon...
He visto estos días en los informativos los habituales reportajes sobre la celebración del Rocío y me han llamado la atención unas imágenes que nunca antes había tenido ocasión de ver: sobre el mar de sudorosas cabezas masculinas, de ojos desencajados, que rodean a la imagen de la virgen aparecen, una y otra vez, las figuras en primer plano de niños que, literalmente, son deslizados por la marea humana hasta hacerlos llegar hasta la imagen y frotarlos brevemente contra el manto, o lo que se pueda, para volver a hacerlos llegar por el mismo procedimiento hasta el lugar de donde partieron, supongo que los brazos de su madre, que, en virtud de la santa tradición que prohíbe a las mujeres acercarse, quedarán a muchos metros (tal vez debería decir brazas) de distancia. Todo ello mientras se refleja en el rostro de los niños una terrible expresión de pánico y llanto. Presto atención al comentario que acompaña a las imágenes y, ante mi sorpresa, se están comentando como una muestra más del fervor popular a la Virgen del Rocío. ¿Es que en la llamada religiosidad popular no hay límite en el viaje de vuelta a las cavernas? ¿A nadie (ni siquiera al Defensor del Menor) le parece que la tradición no puede justificar semejante locura.