Columna

La televisión naranja

El que ha reordenado la casa se dispone a arrojar a la basura los objetos que no utiliza, pero hay un televisor de los años sesenta que no cabe en la basura, así que decide bajarlo por su propia cuenta de su piso, para abandonarlo junto a los contenedores. Prefiere utilizar las escaleras porque va a aprovechar el viaje para que le dé un poco el aire a su perrita Mimí La perrita ladra cuando ve que su amo le enseña la correa, y su expresión se extraña en lo más profundo de sus ojos pardos cuando el dueño se hace con el televisor pequeño de plástico naranja cuyas emisiones arrullaban sus ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El que ha reordenado la casa se dispone a arrojar a la basura los objetos que no utiliza, pero hay un televisor de los años sesenta que no cabe en la basura, así que decide bajarlo por su propia cuenta de su piso, para abandonarlo junto a los contenedores. Prefiere utilizar las escaleras porque va a aprovechar el viaje para que le dé un poco el aire a su perrita Mimí La perrita ladra cuando ve que su amo le enseña la correa, y su expresión se extraña en lo más profundo de sus ojos pardos cuando el dueño se hace con el televisor pequeño de plástico naranja cuyas emisiones arrullaban sus sueños de chica.

Después de cerrar la puerta con cierta dificultad a causa de la carga, emprende el descenso por las escaleras precedido por Mimí, que corretea unos peldaños más abajo. Llega al rellano del sexto, y piensa en el viejo que vive entre las latas de conserva escuchando la radio que propaga por el patio interior. Puede que no le viniese mal una televisión de estas características, pequeña y portátil, aunque en blanco y negro, piensa. El pensamiento no llega a reflexión, aunque Mimí percibe la duda, y se detiene durante un instante, arqueando la cola. El amo del televisor y la perrita siguen escaleras abajo, y Mimí vuelve a adelantarle, hasta pararse de nuevo, atenta, en el siguiente rellano. Es el matrimonio joven del quinto, el número de los que tienen casi siempre el tocadiscos encendido, y además seguro que en su salita luce un flamante televisor de pantalla grande y plana en colores subidos de tono y sistema de sonido sensorround y 3-D.

La perrita ladra, y el portatelevisores de reciclaje sigue bajando. En el cuarto piso vive la señora de las batas a topos y los labios de carmín profundo. Quizás no le importase regalarle aquello, la maravillosa televisión naranja que seguramente iría a juego con sus muebles, pero su lápiz de labios no acaba de gustarle.

La perrita Mimí sigue correteando con mil pies escaleras abajo, y antes de llegar al rellano del tercero, el amo recoloca la tele bajo su brazo, quedando la puerta a sus pies. La familia de los tres niños, los padres y el gato apreciarían el regalo, pero desafortunadamente tiene prisa por deshacerse del televisor. La perrita olisquea bajo la puerta sin poder reprimir unos bufidos que denotan su interés por el gato. El hombre sigue bajando y pasa junto a la puerta del segundo sin pensar en nada (mas que en el peso del televisor). En el primer piso no vive nadie.

El hombre deposita la televisión frente a la puerta del piso vacío. "Que la reciclen ellos", le dice a su perrita, que pega un brinco antes de emprender camino hacia la calle.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En