Columna

Industria

Son hechos leídos en el teletexto de Canal Sur, a las 18 horas y 17 minutos del jueves pasado: "Le quitaron piso tras sedarla", anuncia el titular de la página 103. La noticia se amplía en la 109: en un geriátrico de Alhaurín de la Torre, en Málaga, una señora denuncia que la obligaron a firmar unos papeles en blanco para que su piso acabara en poder de la directora del centro. La víctima, de 74 años, habla de sedantes "que nos dejaban flojos y sin saber lo que hacíamos". El estilo del teletexto, conciso y económico, hace que el mundo sea más claro, aunque la escena descrita se parezca a un su...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Son hechos leídos en el teletexto de Canal Sur, a las 18 horas y 17 minutos del jueves pasado: "Le quitaron piso tras sedarla", anuncia el titular de la página 103. La noticia se amplía en la 109: en un geriátrico de Alhaurín de la Torre, en Málaga, una señora denuncia que la obligaron a firmar unos papeles en blanco para que su piso acabara en poder de la directora del centro. La víctima, de 74 años, habla de sedantes "que nos dejaban flojos y sin saber lo que hacíamos". El estilo del teletexto, conciso y económico, hace que el mundo sea más claro, aunque la escena descrita se parezca a un sueño especialmente feo. Los papeles se firmaban en la carretera Churriana-Cártama, en "unas casetas viejas como de obras", y había un notario.

Recuerdo la oleada calurosísima del verano de 2003, con sus 21.000 muertos en Francia, Italia, España, Portugal, Holanda y Gran Bretaña. Aquello fue considerado un anuncio del futuro y el terrible calentamiento planetario. Pero también reveló la realidad presente y futurista de una nueva multitud de ancianos perdidos en sus apartamentos, muriéndose de calor, solos. Hemos alcanzado una extraordinaria salud masiva, existe una inmensa cantidad de viejos y es normal que casi nadie quiera morirse: está floreciendo una industria geriátrica, de la senectud, como en los años 60 triunfó el negocio de la juventud y la adolescencia. Incluso la moda, la música y la electrónica juveniles, de la gorra americana al teléfono móvil, se han convertido en costumbre de viejos. Algunos ídolos de la música adolescente rondan los 70.

Hay una canción de los Beatles, Cuando tenga 64 años, que imagina el porvenir, dentro de mucho tiempo: seguiremos recibiendo felicitaciones de San Valentín y botellas de vino, y llevaremos amorosamente una vida tranquila y barata, cambiando los fusibles cuando se vaya la luz, haciendo punto y jardinería, veraneando con los nietos y paseando en domingo. El año que viene, Paul McCartney, que cantaba la canción, cumplirá 64 años. No será viejo, porque hay que andar por los 90 para ser viejo hoy. Entonces, viejos de verdad, tendremos que aprender a subsistir en una realidad paulatinamente distinta a la que hemos conocido, asustados, probablemente desorientados en el espacio y en el tiempo, mientras se nos van las palabras y la memoria, y caemos, como dice Oliver Sacks, en un mundo caótico y hecho pedazos.

No quiero imaginarme la indefensión de la señora de Alhaurín en el hangar de la carretera Churriana-Cártama. La geriatría es la medicina del futuro. Nuestra vejez es el futuro. Y, quizá porque pensamos en nosotros mismos, estos delitos contra los viejos nos espantan más, y los periódicos dan los nombres y apellidos completos de los detenidos, de los que, en principio, se presume la inocencia. Si uno es un homicida y descuartizador confeso, el periódico sólo publica púdicamente sus iniciales. Y lo mismo hace en el caso de un hombre de más de 60 años que, al Oeste de la región, supuestamente violentó a una de sus trabajadoras. Con la edad se puede perder la cabeza, aunque la prepotencia y la sangre caliente sigan siendo incurables.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En