Columna

Risa de trabajo

Hoy es martes, apenas hemos comenzado a escalar la cima de la semana, aún restan tres días hasta la cúspide del finde donde podremos ser de verdad nosotros mismos, despojados de los uniformes, los horarios y las presiones. El atasco del viernes no se vive con la desesperación del colapso circulatorio de resto de los días, la lluvia no es suficiente cataclismo para nublar un estado de ánimo. El viernes proyecta una placidez tan narcotizante que siempre nos acaba sobreviniendo el domingo por la noche sin darnos cuenta, como un contratiempo impredecible y descorazonador.

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Hoy es martes, apenas hemos comenzado a escalar la cima de la semana, aún restan tres días hasta la cúspide del finde donde podremos ser de verdad nosotros mismos, despojados de los uniformes, los horarios y las presiones. El atasco del viernes no se vive con la desesperación del colapso circulatorio de resto de los días, la lluvia no es suficiente cataclismo para nublar un estado de ánimo. El viernes proyecta una placidez tan narcotizante que siempre nos acaba sobreviniendo el domingo por la noche sin darnos cuenta, como un contratiempo impredecible y descorazonador.

En la última década el trabajo ha cobrado formalidad, las empresas han exigido mayor rigor, tanto entre los empleados como con otras firmas. El periodo aznarista impartió la idea de que España debía dejar de ser un país laxo y festivo e incorporarse al ritmo de trabajo de una Europa seria y competitiva. Recientes estudios revelan que los españoles trabajamos más horas a la semana que la mayoría de los países de la Unión Europea y que incluso los ingleses duermen más horas de siesta que nosotros.

Está creciendo un abismo entre el tiempo laboral y el tiempo libre. Debemos asumir que ocho horas diarias son el peaje para obtener el dinero que nos permita realizarnos y disfrutar al margen del curro. Pero aún nos resistimos al alto precio que hay que pagar para saborear la "verdadera vida" y seguimos batallando por reducir los horarios, lograr la jornada continua, desempeñar ciertas funciones desde casa o librar los viernes por la tarde. Pero la estrategia inteligente y efectiva no es recortar el tiempo empleado en nuestros puestos de trabajo, sino conseguir que esas horas se conviertan en nuestro aliado.

La idea de que nos podemos divertir en el tajo y que además ese bienestar redunda positivamente en la tarea no es nueva, ya la publicitó el amo de Virgin, Richard Branson, en los años noventa, un tiempo en el que surgió una nueva concepción del empleo. El boom de las nuevas tecnologías estuvo encabezado por jóvenes californianos que crearon sus propios negocios punto com pero que no estaban dispuestos a afeitarse o a dejar el perro en casa para ir a currar a su propia empresa.

La prueba de que uno obtiene más rendimiento sintiéndose a gusto en su profesión y desinhibiéndose de ataduras formales está, por ejemplo, en la compañía aérea norteamericana Southwest. Incluso en un espacio tan delicado como la aviación, el personal de facturación de esta aerolínea se permite advertir a los pasajeros sobre la calidad del zumo de naranja, las azafatas pueden escenificar cómicamente las indicaciones sobre las salidas de emergencia o el comandante es capaz de gastar bromas por megafonía. La relajación y el buen humor de los empleados se transmite a los clientes que han convertido a Southwest en la línea aérea mejor valorada del mundo y en la segunda empresa más admirada de Estados Unidos.

Los madrileños estamos perdiendo la buena costumbre de la cabezadita después de comer, pero tenemos la única compañía de España que se dedica a introducir el humor en las empresas. Dos madrileños, Jesús Fernández Solís y Eduardo Jáuregui, trabajan desde hace un año al frente de Humor Positivo (www.humorpositivo.com), un proyecto que imparte cursos a directivos y empleados para fomentar la diversión y la creatividad en los trabajos. La Comunidad de Madrid y varias universidades y empresas privadas de la capital ya han contratado los servicios de una sociedad que cree que es posible sentir el optimismo de un sábado por la mañana un lunes de horas extra.

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El sexo y la risa probablemente sean los dos placeres más irrenunciables, dos descargas de vitalidad que pueden justificar una noche, una persona o un trabajo. Pocas cosas resultan tan seductoras como el reclamo de una carcajada o un orgasmo y ambas son patrimonio, esencialmente, del fin de semana. Mientras trabajo y sexo siguen configurando una aleación arriesgada y, en ciertos casos, prohibida, introducir el buen humor en el curro parece una iniciativa inocentemente genial. Si la fórmula se expande, probablemente acabemos odiando los atascos y las tormentas siete días a la semana pero empezaremos a ser, por primera vez, felices sin horarios.

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