Columna

Emociones

Este año no he visto las procesiones de la Semana Santa sevillana, con sus imágenes talladas con la expresividad y emotividad con las que, desde el Concilio de Trento, se pretendía despertar la piedad y el sentimiento religioso con las artes; pero a pesar de no haberlas visto he vivido la misma emoción en Madrid, en la exposición del norteamericano Bill Viola titulada Las Pasiones, donde me sorprendió que, sin ninguna intención del autor que no sea la artística -según se desprende de sus palabras recogidas en un vídeo-, en algunas de sus obras transmite una emoción similar a la de nuest...

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Este año no he visto las procesiones de la Semana Santa sevillana, con sus imágenes talladas con la expresividad y emotividad con las que, desde el Concilio de Trento, se pretendía despertar la piedad y el sentimiento religioso con las artes; pero a pesar de no haberlas visto he vivido la misma emoción en Madrid, en la exposición del norteamericano Bill Viola titulada Las Pasiones, donde me sorprendió que, sin ninguna intención del autor que no sea la artística -según se desprende de sus palabras recogidas en un vídeo-, en algunas de sus obras transmite una emoción similar a la de nuestras pinturas y a la de las esculturas que sacamos en procesiones. Creo que no cabe duda de que está inspirado en ellas. La diferencia es que sus personajes son tipos humanos de la vida cotidiana que van cambiando su expresión muy despacio hasta alcanzar la tristeza, la alegría o el temor, por ejemplo, mientras que las nuestras mantienen la misma actitud, están siempre quietas.

Una obra titulada Aparición, que evoca la muerte y la resurrección a través del agua, recrea El Descendimiento de cuadros e imágenes barrocas, con la Virgen y María Magdalena recogiendo a Jesús, aunque en lugar de recogerlo de una cruz de madera lo sacan de una cisterna de mármol adornada con una cruz en medio. Cada movimiento es perfecto, se reconoce cada detalle: la palidez del cadáver, la mano de Jesús en primer plano y formando un arco con el brazo y, como es lento y captas cada gesto, acaba produciendo la misma emoción y la misma belleza que nuestras imágenes. En La Dolorosa hay dos cabezas en movimiento, de un hombre y una mujer, muchos de cuyos gestos podemos reconocer; tal como ocurre también con El hombre de los dolores que es una recreación de un Ecce Homo.

No todo se inspira en el barroco religioso, claro; la imagen más impactante, por el tamaño, el tema y el sonido, es El cruce, en donde el fuego y el agua aniquilan y purifican a dos hombres que se acercan andando hacia al espectador lentamente. Y por fin se relaja nuestra emoción con La habitación de Catalina, cinco pequeñas pantallas con Catalina en cada una de ellas ocupada en quehaceres cotidianos durante la mañana, la tarde, la puesta de sol y la noche; como cinco cuadros flamencos del Alto Renacimiento.

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